Hay desde los blancos, negros, hasta los clásicos azules o de otro color (el que la imaginación permita); con estampados de moda o liso simple y llano; hechos de popelina o con telas de polímeros plásticos (lavables y reutilizables, dicen); hechos en casa, adquiridos con el ambulante (siempre reinventándose para sobrevivir) o en la farmacia, por paquete. Incluso varios, ya sin la timidez del “qué dirán”, salen a la calle con sus caretas aislantes, y cierta suficiencia de saberse más protegidos que el resto.

Un artículo que prácticamente estaba restringido a los enfermos de gripe, alguna alergia o con el sistema inmunológico deprimido por enfermedad o terapia, ahora es imprescindible para evitar contraer (o, por qué no, contagiar), minimizar o cortar la transmisión del virus SARS-CoV-2 entre los poblanos, extraños y familiares por igual.

No obstante, hay quienes aún carecen de la pericia para usar el cubrebocas… tal vez como su nombre lo indica, sólo es para la boca no para la nariz… como si el virus también lo entendiera así. Pero hay que ser comprensivos: el cubrebocas acaba de incorporarse a nuestro repertorio de artículos que debemos utilizar “a fortiori” hasta nuevo aviso. Y sí, no somos duquesas ni tenemos tantos años ni sabemos mover el abanico. Debemos ser pacientes.

Hay incrédulos que niegan la existencia del mal llegado del lejano Oriente y creen que sólo es para asustar a la gente y tenerla “presa” en sus casas de por vida, para sacar con impunidad el tesoro de Moctezuma de México (por enésima vez) o para imponer el nuevo orden mundial… del nuevo orden mundial. Eso, pocos lo saben con certeza. Pero muchos les creen y salen a las calles con normalidad, sin cubrebocas ni mascarillas o caretas… eso sí, bien a la moda.  

 

Por: Carlos Limón

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