Advierto que la ciudad donde vivo está más suelta y más expósita ante este monstruo invisible en el que se ha convertido el maldito virus covid-19, que ha desatado el egoísmo y la sinrazón de una sociedad hambrienta de reconocimiento y poblada por la soledad, que también deviene en hambre de ser vistos y escuchados. La muy poco seria intención gubernamental de imponer el “confinamiento obligatorio” y castigos a quienes anduvieran en la calle sin ton ni son y amenazarles con obligar a esos desobedientes a limpiar hospitales y después levantar el confinamiento, sugirió a la ciudadanía que ya podía salir y salió. Esa estrategia, fue lo que ocasionó la respuesta de la gente que anda suelta de nuevo por las calles hasta el colmo de hacer marchas absurdas para que el equipo de futbol se quede en la ciudad, o los que se manifiestan porque exigen abrir gimnasios. Y he visto la circulación muy abundante, las fiestas cerca de mi casa, como si estuvieran atados a un sillón y de pronto los hubieran soltado a beber alcohol.
Estos días he visto comportamientos en la vida diaria, que nos pueden llevar a una agudización de la crisis pandémica. Pero nada se puede hacer, sino hay conciencia de la vida misma y bajo las leyes de esas fuerzas machistas que echan a andar su maquinaria con el socorrido “me vale madre”, mucho menos. Bien lo dice Rosa Montero en su columna que acabo de leer sobre lo que sucede en Madrid, con esos “corredores que pasan justo a mi lado resoplando como hipopótamos en celo y sin mascarilla”, y hace un recuento de los riesgos que la gente sigue omitiendo. Y yo he visto esta ciudad con un fin de semana hirviente de gente por las calles y buscando comprar como desesperados, hasta agrediendo a los empleados de las tiendas en las que sólo dejan entrar a una persona. Pero eso no habla de otra cosa, que no esté cifrada en la educación que hemos tenido y de como fuimos educados para la vida, con esa misma valemadría y con esa mentalidad del a’i se va, pero no sabíamos que el a’i se va, a’i se queda en la flacidez y la inestabilidad que también ocasiona catástrofes de todo tipo.
No todos nos quedamos en casa porque debemos buscar el sustento que donde menos se encuentra es en la casa. Imposible dejar de trabajar los que hemos decidido buscar la vida por cuenta propia y no queda otra que jugarse el pellejo y salir, porque como me dice mi amigo Gilberto Carrillo: “sino salimos no comemos”, y en una gran cantidad de ciudadanos, no hay nada más cierto y aplica la prédica: no hay más salida que salir de casa. Las circunstancias de una comunidad –tan necesitada y en aprietos económicos (hablo de la mayoría) como es la nuestra–, esperar en un sillón a que pase la pandemia, se vuelve imposible y agobiante hasta reventar en crisis de todo tipo, y es común que algunas de ellas, lleguen a catástrofes familiares, de pareja y de un oscura soledad.
Veo en Facebook como muchos dan señales de confort, que son completamente falsos, porque como lo dijo Zygmunt Bauman, no se inventó nada mejor que el Facebook para mentir. Afirmaciones temerarias e inconscientes, noticias sin importancia, mentiras alarmistas, aberrantes opiniones y otras tonterías que pueblan las pantallas desde todas las redes sociales, porque además de enriquecer a los grandes poderosos dueños de estas invenciones, en la pandemia, se ha vuelto el único alimento de información, y no descarto la información seria y útil que la hay también en abundancia, pero es lo que menos seguidores tiene y lo que menos se lee, porque no es novedad que la gente no llega más allá de los encabezados, por eso tienen éxito y efecto las falsas noticias de las que se ha servido la derecha con sus periodista revendidos por estos días de manera expansiva.
Nunca la gente común tuvo un escaparate para opinar de manera tan amplia, y nunca habíamos podido ver de cerca el nivel de estupidez tan alto, que antes no podía emerger. Eso es favorable en todos sentidos y ante una desgracia, como considero esta amenaza viral, podemos evaluar a una comunidad que le resulta imposible enfrentar las tragedias, como es común que haya sucedido en la historia.
Y fuera de las controversias políticas que buscan el escaparate, podemos ver la pobreza y la poca voluntad de una sociedad inhabilitada para enfrentar una realidad tan dura, como la que tenemos encima y que pesa de verdad. Y aún así, vemos a los políticos, hoy sin poder –como había sido su costumbre–, pisotear los derechos fundamentales de la vida con tal de figurar y estar presentes en una “lucha” en nombre de ideales, que con solo decirlos, los traicionan.
¿A dónde vamos de verdad con esta sacudida en la que nos ha puesto contra la pared un miserable virus que está siendo utilizado por los poderosos de una manera escandalosa? ¿Cuál es el futuro, al menos de la ciudad en la que vivo, en la que veo gente que irrita con sus conductas ya no digamos anti-cívicas, sino en comportamientos en los que se juegan la vida? Quizás neciamente seguiremos igual, haciéndonos daño unos con otros y en ese egoísmo que la pandemia sigue haciendo visible, en cada vez más espacios de la vida ordinaria.
Nada ha de cambiar, seguiremos igual o peor, como si fuéramos cualquier cosa.