Estás peor que un palo seco –le dijo en tono de burla, una mujer flaca a otra tan flaca como ella– deberías curarte.
Las dos mujeres se encontraron en la esquina de la tienda donde fui a comprar algunas cosas.
La otra no respondió de inmediato. No me quedé al desenlace de su conversación, pero pensé que tal vez la que calificó, estaba peor que un palo seco de tan flaca ¿y no lo sabía? ¿no lo podía reconocer?, o simplemente, negaba a su flacura hasta para sí misma. ¿Por qué será que nos vemos en el espejo equivocado casi siempre? En el espejo de la vanidad, en el de los cuentos de hadas, en el espejo del que su mayor virtud es mentir. Una manera de sobrevivir a la realidad personal, una manera esquiva de mirarse y voltear a mirar a los demás para encontrar los defectos que de sí mismos, no se quieren reconocer y a los que se teme descubrir y da pavor saber que se poseen.
En estos momentos de la permanente amenaza de muerte que vive el país por el maldito virus, es más que común –como dice Javier Marías– ver que “resulta evidente que los enfermos y muertos les importan poco” a muchos, y como afirma el autor de “La negra espalda del tiempo”, que “no son solo los políticos. Demasiados están arrimando el ascua a su sardina”. Y el maldito virus, les sirve a muchos para ver los defectos de los otros y las “perfecciones” propias. Esos opositores a la vida, lloran porque no les regala dinero el gobierno, porque no abren sus empresas y acusan, insultan, ofenden, como la señora flaca que calificó de “palo seco” a la otra mujer flaca que tenía enfrente.
En verdad, muchos, pero de verdad muchos, se han convertido en detractores feroces de la vida y la salud, oponiéndose a todo lo que no les favorece a ellos, renegando de no recibir lo que han estado acostumbrados a recibir bajo las uñas de la ignominia y la corrupción. Son detractores de la vida y la muerte, que no les importa, porque no son favorecidos como eran antes, sin importarles que el país permaneciera enfermo por el virus –también mortal– de la pobreza. Vimos el sábado pasado en Querétaro y otros lugares más, las tristísimas manifestaciones de autos de lujo en una protesta para que el presidente se fuera. Era penoso ver –en plena pandemia, que no les importa– las caras lavadas y asépticas, asomar desde sus camionetas mercedes, y otras marcas de autos muy caros, gritar con sus vocecillas, en una efímera manifestación como quien quiere hacer una revolución desde su aislamiento de burbuja. Me daba la impresión que temían más ensuciarse con el pavimento de la realidad, que a contagiarse con el maldito virus.
Muchos irracionales de los renegados actuales, son incapaces de verse en el espejo correcto y ser fieles a la justicia personal, a la honradez con los derechos humanos y al reconocimiento perentorio en estos momentos en los que todos estamos en riesgo. Parecen decirle a los demás desde su igual flacura, “pareces un palo seco”, como la mujer que insultaba a la otra, sin mirarse en el espejo exacto y ver lo “palo seco que son”.
Estás peor que un palo seco, le había dicho aquella mujer tan palo seco como su amiga a quien estaba calificando con un juguetón insulto. Y alcancé a ver que la mujer calificada de palo seco, entimideció, no atinó a decir nada, dijo algo así como: “si… si… ya me van a llevar al médico”. Pero su respuesta no debió ser esa. Debió responder con una mirada barrida de pies a cabeza y decirle al palo seco de su amiga: “¿palo seco? ¡palo seco tú, cabrona!”. Pero no lo hizo, dejó que su respuesta quedara en dejar que la otra no se reconociera, que siguiera creyendo que no era un palo seco, y sí una perfección con el derecho a subestimar a quien se encontrara en la esquina de la calle. Y quizás allí está uno de los motivos de los muchos fracasos de esta sociedad de nuestro tiempo, que es proclive a creer los espejismos que ve de sí misma en el espejo equivocado y no reconocerse tal cual es. Y no veo salida, por el contrario el significado del hombre en las pantallas, ha de nublar la realidad y la ficción barata ha de salir ganando hasta la saciedad.
El clasismo exacerbado y otras maneras de discriminación van a crecer gracias al maldito virus, la sinrazón de los que solo persiguen monedas malditas en la vida, va a llevarnos a desastres humanos que nadie merece. Esto es una tragedia de todos y para todos, sea quien sea el culpable; Dios, el demonio o cualquier otra deidad culpable, y lo que nunca se ha visto, es que en la tragedia recibida, haya equilibrio y solidaridad para enfrentarla. En este tiempo –y después de la pandemia– seguirá la búsqueda de culpables ocultando la ambición. Seguiremos –ya lo he dicho– igual, pero con el odio afilado, las diferencias agudizadas y la incomprensión como una deidad que seguirá craquelando el espíritu. Nos levantaremos, sí claro que nos levantaremos de esta desgracia con el espíritu crispado, con el alma que nunca logramos amansar, ni hacerla terso y solidaria hacia los demás. Seguiremos viendo los defectos en los otros y los nuestros como gracia y perfección. Seguiremos igual, pero poco a poco peor. º