Con la pandemia la vida está suspendida, no está cancelada, no está aplazada, está suspendida. Etimológicamente suspender es levantar, estar colgado desde abajo. Estar suspendido es estar a la deriva, cualquier movimiento puede inclinar el objeto hacia cualquier lugar, es decir, no hay respuestas únicas. Estar suspendido también implica pensar, nos obliga a hilar, a decidir por aquello que tenga más peso para nuestra vida (en este caso la salud o el dinero, por ejemplo, aunque no es lo único).

Con la vida suspendida y en confinamiento la situación se complica aún más. Si bien en mayor o menor medida contamos con elementos que nos distraen como las redes sociales, los servicios de televisión abierta y bajo demanda, libros o música, esto no soluciona, es decir, no aligera ese peso de la vida. Veamos por qué.

Carlo Collodi dibuja en Las Aventuras de Pinocho el país “más hermoso” del mundo, “El País de los Juguetes”. Mechita —Fosforito en algunas traducciones—, el niño más travieso de la escuela le dice a Pinocho: “En ese genial país…el jueves es fiesta, y las semanas tienen seis jueves y un domingo. Las vacaciones de otoño empiezan el 1 de enero y terminan el último día de diciembre”. —“¿Y qué se hace durante todo el día en el País de los Juguetes? —Pues se juega de la mañana a la noche y cuando oscurece la gente se va a la cama y al día siguiente se empieza de nuevo”.

En el País de los Juguetes el calendario se ha destruido. La vida también se ha suspendido pero los niños que son seducidos para dejar sus casas y mudarse allá, no optan por pensar —condición de la suspensión— sino por jugar en continuo, por el placer sin límites y se convierten en asnos, que no sería otra cosa más que perder su condición de humanos.

Por decirlo de alguna manera, la función del tiempo tendría que ser la de hacer historia. Pero hoy las mañanas son igual a las noches, una tarde se ha convertido en madrugada. Es muy común escuchar a las personas decir “no sé ni en qué día vivo”. El juego se ha alargado. Incluso se han traído a las mesas familiares juegos que se habían abandonado y que deberían quedarse ahí, en el abandono.

En algunos países europeos se ha tomado la determinación de concluir el ciclo escolar. Esta medida es muy buena en la dirección que da sentido de fin a algo, en medio de tanta incertidumbre hay una certeza. Los alumnos ya no regresan al mismo ciclo porque este ya concluyó. No se alarga, se da un cierre, tan necesario siempre. Los alumnos de tercer grado ya no volverán al tercer grado, pasarán al cuarto grado. Los grandes les dan el espacio a los menores, recordándoles así que ellos, llegado el momento, deberán hacer lo mismo, ceder a la tentación de quedarse eternamente infantes.

Los jueves tienen una peculiaridad, tanto que en México hay quien se atreve a llamarlo “viernes chiquitos”. Los jueves anuncian que el fin de una jornada está cerca, que las penurias están por acabarse, que habrá tiempo para la celebración, que incluso podemos festejar el advenimiento del festejo. Pero para que adquiera su singularidad es necesario que exista un viernes, un domingo, un lunes, un martes y un miércoles. Pasar de jueves a jueves lo único que hace es agobiar. Si hoy nos acostamos despidiendo al jueves y mañana despertamos saludamos al jueves, nos estamos convirtiendo —sin estar infectados por un virus— en uno de los mayores temores de los tiempos modernos: en zombis. Ni vivos, ni muertos.

Lo que nos salvará de convertirnos en asnos, como en el cuento de pinocho, o en los zombis de The Walking Dead, será aceptar el desafío de la vida suspendida, y comenzar a pensar hacia donde vamos a inclinar la balanza, porque su centro no va a estar donde estábamos acostumbrados.

 

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS PUEBLA

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