La muerte está en el pensamiento constantemente, es una recurrencia que se ha multiplicado y ha crecido por estos días. La pulsión de muerte es colectiva y agudizada porque ya sabemos la manera en cómo la muerte triunfa en días de pandemia en el mundo. Y sigue triunfando en nuestro país sin tregua. Estamos ocupados en contar muertos por Covid, y se nos olvida que la muerte cotidiana por violencia, por cáncer, por enfermedades crónicas, no se ha detenido. Hay una preocupación general por saber cuántos están muriendo por Covid, pero sigue siendo más alta la mortalidad por otras causas. El Covid lo han subrayado y –perdón que lo mencione–, pero remunera mucho dinero a los medios de todo el mundo, y ya no hablemos de otros beneficiados con fármacos y demás insumos que la pandemia requiere. Hoy nos dan la apariencia que el único peligro de muerte, es por el maldito virus y no debemos cuidarnos de otra cosa. No es así, hay otro virus que tampoco se ve y es igual de peligroso: el virus de la ambición.

Y ante este escenario, lo más penoso, es que en este país no exista la cooperación solidaria y comprensiva verdadera de todos los diversos grupos de ex poderosos y derechistas, conservadores, y liberales, y no sé que otras etiquetas pueden tener esos ejércitos que van con la lengua viperina por las redes sociales y que ya tienen por oficio, insultar al gobierno y vociferar de modo ilimitado. Y nadie coopera si no se sabe beneficiado. Los ricos –como en las viejas historias– detestan a los pobres aunque de ellos vivan. Nadie coopera de verdad también con ideas, con algo que no confunda, como las noticias falsas y los violentos twits del tristemente célebre Felipe Calderón.

Así hemos vivido muchas generaciones, en esos trueques de favores recibidos y favores a cambio. Desde los políticos que recibían puercos y gallinas, hasta los recientes que recibieron empresas fantasmas y favores millonarios para hacer aeropuertos y casas blancas. Eso ha sido una de las causas de la pobreza de México, y nadie lo veía mal, nadie lanzó nunca una piedra contra los cristales de la casa de los ladrones. Nadie les escupió a la cara, nadie les metió zancadilla, por el contrario, se quitaban el sombrero para verlos pasar como si fueran Elizabeth Taylor pasando por la alfombra roja. Pero tampoco se sabía con pelos y señales de los grandes fraudes y las estrategias para robar el dinero del pueblo, y los medios no decían nada porque han sido parte del tejido. Esa ha sido la historia, ¿quien lo niega? Esa ha sido la historia, y nadie soportó que la desenmascare el presidente de México. No lo soportan, porque ya no se benefician, los que no comparten sus ideas, los que obedecen a sus colores partidistas, los que fueron desbancados del poder, los que daban y recibían diezmos, los que ejercían su “derecho a la corrupción”.

Pero dejo de hablar de lo que es inevitable no hablar por estos días, y vuelvo a la imagen de la muerte que desde mediados de marzo, comenzó a crecer como hiedra en el muro. Tenemos la imagen de la muerte presente, aunque también creemos que no es la muerte propia. “Se está muriendo mucha gente”, decimos, “Se va a morir mucha gente”, pero nunca nos incluimos en los muertos, aunque en la intimidad persista el miedo a morir y la imaginación sea nuestra enemiga, cuando imaginamos que ya nos hemos contagiado y el hijo de puta que iba escupiendo por la calle nos pudo haber contagiado. ¿Cuántas veces hemos sentido que morimos? ¿Cuántas veces hemos querido morir? ¿Cuántas veces estuvimos al borde de la muerte? Y nos emociona haber vencido a la gran puta, pero hoy –y no es sólo la imagen– la verdadera muerte nos está venciendo.

Es claro que la imagen de la muerte la llevamos en cada teléfono celular, en cada momento en que vemos la gente por las calles, en ese anonimato que da el uso de tapabocas ante la acechanza del maldito virus que seguimos esperando que se quite la máscara y destruya el mundo o nos deje vivir, aunque sigamos soportando esa otra virulencia de sátrapas a los que no les importa que la gente muera como lo hemos visto en los mayúsculos casos del gobernador de Jalisco o el de Bolsonaro en Brasil y la lista puede seguir, pero con estos dos ejemplos basta.

Esperamos saber, no solo sin nos matará el virus por sí mismo, o como daños colaterales suyos, seremos sus víctimas caídas. Se habla de muertos en todos los medios, en cada portal de noticias y la red está atestada de muerte, el cine y la televisión la promocionan, el comercio de las series, construyen imágenes de machos que matan, de mujeres poderosas que todo lo vencen, aunque sea a costa de la muerte. La muerte vive en nosotros como el parásito que necesitamos para vivir y eso, también lo propaga la industria de la red del entretenimiento por la misma red, que también viven recibiendo ríos de dinero a costa de la pandemia, los pobres y los inocentes.

La muerte es una cosa más entre las cosas, y ya aprendimos a decirles adios con mucha facilidad a los que mueren. Estamos aprendiendo a no lamentar.

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS PUEBLA

 

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