La muerte de George Floyd, como consecuencia de la brutalidad policial empleada en su arresto, permite que se repita la discusión sobre el racismo en Estados Unidos. Y como en efecto dominó nos ha llevado también en México a plantearnos la cuestión de la discriminación por cuestión de raza, como una de las maneras del ser mexicano.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Discriminación de 2017, dos de cada 10 mexicanos dijeron sentirse discriminados por su forma de vestir, su complexión física y sus creencias religiosas. El imperio de las cifras nos lleva a creer que México es uno de los países más racistas del mundo.

Podremos sustentar esta creencia en el hecho de que, cuando menos, las últimas dos generaciones, entre las que se incluyen a los actuales gobernantes del país, durante su paso por la educación primaria, recibieron la información de lo importante que fue para la conformación de la nación la separación de las personas de acuerdo con su origen étnico, la ropa que vestía, el idioma que hablaba y su condición social. Chino, saltapatrás, cambujo, albarazado, tente en el aire, no te entiendo, tornatrás, jarocho, zambo, fueron parte de las castas básicas que existieron para dar sustento al México colonial.

Sin embargo, me parece prudente que pensemos si en realidad esto que vivimos en México puede ser considerado como racismo, en el orden de lo vivido a lo largo de la historia mundial, re-presentado mediante limpiezas étnicas, lo mismo en Europa que en África. 

Por cuestión de higiene racial se ha supuesto que la ciencia debe identificar y modificar los genes de las personas, para que tengan ciertas características físicas-saludables e incluso mentales, en donde se abandonen emociones y sentimientos negativos como la depresión o la angustia. No parece ser que el caso mexicano cumpla con estas características. Y ahora veremos que quizá ni en otros países podríamos encontrar estos signos que marcamos como racismo, o cuando menos no todos alcancen esta categoría.

Tal vez podemos pensar esto que vivimos en lo cotidiano como eso que Sigmund Freud denominó: “narcisismo de las pequeñas diferencias”. El amor de sí se manifiesta en una disposición repulsiva hacia el otro. Se está dispuesto a odiar todo aquello que atente contra la imagen personal, a la vez que se está en disposición de conformar grupos, siempre que haya quien quede fuera de ellos. En Psicología de las masas y análisis del yo escribió que “En las aversiones y repulsas a extraños con quienes se tiene trato podemos discernir la expresión de un amor de sí, de un narcisismo, que aspira a su autoconservación y se comporta como si toda divergencia respecto de sus plasmaciones individuales implicase una crítica a ellas y una exhortación a remodelarlas…es innegable que en estas conductas de los seres humanos se da a conocer una predisposición al odio, una agresividad cuyo origen es desconocido y que se querría atribuir a un carácter elemental”.

Aunque en la obra de 1921 Freud se muestra desconcertado por la “gran sensibilidad frente a estas particularidades de diferenciación”, ya en 1918 en El tabú de la virginidad escribió que hay “en ese ‘narcisismo de las pequeñas diferencias’ la hostilidad que en todos los vínculos humanos vemos batallar con éxito contra los sentimientos solidarios y yugular al mandamiento de amar al prójimo”. La otredad, que en el caso del que habla Freud en ese ensayo es la mujer, siempre se presenta “como un horror básico…se funde en que (lo que es diferente) parece eternamente incomprensible y misteriosa, ajena y por eso hostil”.

La película El hoyo de Galder Gaztelu-Urrutia​, refleja muy bien este narcisismo de las pequeñas diferencias. Siempre hay un nivel superior al cual temer y un nivel inferior en el cual cagarse. Y todos estamos a la vez en el nivel superior y en el inferior. Dice Trimagasi en la cinta “hay tres tipos de personas, los que están arriba, los que están abajo y los que caen”. Quizá todos estamos siempre cayendo, por eso es que somos tan susceptibles a esa agresividad. 

Para el mexicano “aunque todos somos del mismo barro, no es lo mismo bacín que jarro” y todos somos nacos, siempre para alguien más, porque lo naco comienza con esas pequeñas diferencias, es decir con el narcisismo. 

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS PUEBLA

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