Se trataba de ser bueno con los demás, de no hacerle daño a nadie, de respetar y apreciar el mundo, de ser responsable con aquello que le habían encomendado en nombre de la comunidad a la que ya estaba representando. Se trataba de cuidar del bienestar de los demás, de aquellos pobres que con su esfuerzo, engrandecían las arcas de las que él era responsable. De eso se trataba aquel nombramiento que el pueblo le había dado, pese a que había hecho trampa. Pero ya recompensaría las cosas. Comenzaría de nuevo con la honorabilidad de hacer las cosas con honradez y justicia.

 De eso se trataba aquella posición en la que debía accionar el hombre del poder. Se trataba de lograr equilibrios en los que nada le faltara a nadie, que los servicios médicos, la educación y otros muchos servicios más, les llegaran a todos, porque con los impuestos recaudados que todos pagarían, se debe organizar que los servicios y la justicia social, lleguen a todos. Y hablaba de “todos” y su pronunciación era perfecta: “Toooo-do-s”.

Pero la verdad era otra, imposible de saber mientras la investidura que le había dado su comunidad lo ocultaba, porque sí, la investidura con la que había sido ungido, lo escondía, lo hacía parecer como un ser intocable, pero también incorruptible, limpio, elegante, como cualquier estrella de las pantallas. Todos estaban acostumbrados a nunca verlo fuera de las pantallas, nunca fuera de posición, bien vestido y protegido por un cuerpo de guardias que lo volvían imposible hasta para saludarlo. Sin embargo, a eso estaban acostumbrados todos, o casi todos. Sentir un poco que quien gobernara fuera un rey. “¿A quién no le gustaría ser gobernado por un rey?”, oí decir varias veces a muchas voces. Era un sueño que muchos iguales y anteriores al recién ungido, le hicieron creer a todos. Y todos creyeron que una especie de rey, debería gobernar, porque un rey puede mentir y todos debemos creer, porque con su apariencia, las mentiras no lo parecen. Así pensaban todos, o digamos que casi todos, muchos así lo creían, aunque siempre había los que no, porque siempre hubo los que guardaban silencio y levantaban las cejas y los hombros en señal que dudaban. Muchos de esos que dudaban, habían sido acallados con la amenaza de cortarles la lengua. Aunque también había los que podían decir sus desacuerdos, pero no eran tomados en cuenta. Y había muchos que elogiaban y elogiaban, esos eran los beneficiados hasta con agradecimientos.

De ser justo y honorable se trataba, de saber que para quien aquel hombre iba a gobernar, era para todos y con los principios de justicia y humanismo fundamentales. Así lo juró, aunque es importante aclarar que ya era el tiempo en que los juramentos podían ser traicionados con facilidad y sin remordimientos.

Se trataba de pensar en hacer el bien y pensar en la pobreza que en el pueblo que iba gobernar se veía por todos lados. “¿Que son los pobres?” Preguntó cuando le hablaron de ellos. “Son unos seres que viven en las afueras de aquí, lejos, muy lejos, unos seres que nunca asoman por aquí. Y son peligrosos”, le respondió uno de sus partidarios y asociados, que quiso ser precavido.

Se trataba de hacer que los bienes –que eran de todos–, a todos beneficiaran. Lo mencionaba en los discursos que le escribía aquel mismo que le dijo que los pobres eran “seres que viven a las afueras de aquí”. Los bienes de la nación también estaban en el subsuelo y eso debe protegerse porque es nuestra riqueza, le habían dicho. Y él así lo entendió. “Nuestra riqueza”, qué orgullo sintió aquel en los portales del palacio arbolado y con obras de arte en las paredes, con un helicóptero en el jardín para ir a cenar a Los ángeles o a Nueva York.

–Nuestra riqueza –pensaba mientras miraba por uno de los grandes ventanales de esa gran casa en la que habían vivido los sucesores suyos–, nuestra riqueza, esa será nuestra riqueza.

Entendió que en el subsuelo, estaba la verdadera riqueza suya y de aquellos expertos que habían ayudado decididamente a que él llegara allí, a esa noche con un trago en la mano, mirando el Helicóptero a su disposición. En el subsuelo está la riqueza, aunque antes no lo había pensado, era totalmente cierto.

La noche caía silenciosa y llegaba a las mejores conclusiones sobre el oro, el litio, el petróleo, el cobre, la plata y otras riquezas que todavía no le quedaban claras… aunque de verdad no imaginaba siquiera el color del petróleo crudo, ni el verdadero color del oro, mucho menos cómo los hombres que extraen esa riqueza, se rompen el lomo. Allí de pie frente al mundo que comenzaba a sentir suyo, pensó que la noche era prodigiosa y esa riqueza llegaría a sus manos.

Se trataba de gobernar para todos, de hacer el bien, pero nunca lo entendió. Había muchos pobres hacia los que él nunca volvería sus ojos. Se trataba de servir a todos, de proteger a los desprotegidos, de entregarse a una labor nueva y desconocida para él, pero aprendería, se dijo una y mil veces, porque ya estaba ungido con el poder que le habían dado todos, aunque con los suyos, hubieran hecho trampa.

Se trataba de dar, trabajar por los demás. No fue así. Comenzó la mentira, el engaño, la traición, el gran hurto, aunque todos no la notaran. La riqueza fue suya y de otros tantos que dijeron merecerla. La repartían entre ellos y nadie sabía cómo llenaban bolsas de dinero. Pero las cosas buenas y malas se acaban. Y hoy todos, ahora sí todos, pero de verdad todos sabemos lo que hicieron, aunque se trataba de otra cosa. Todos los sabemos, aunque a muchos les cueste trabajo entender que ya todos los sabemos y les disguste.

Saberlo puede ser suficiente, para que el futuro sea distinto, porque ya los sabemos todos, como él lo dijo: “Toooo-do-s”.

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