Buscar una explicación en los números sería una pérdida de tiempo y no aclararía nada: ni por qué el Barcelona decidió pintar para siempre su alma de naranja, ni por qué al cabo de medio siglo continuaría prendado de la tradición futbolera holandesa.

Números que francamente no dicen nada. Por ejemplo, el director técnico Rinus Michels, patriarca del Futbol Total de la selección neerlandesa y el club Ajax de Ámsterdam, entrenó al cuadro catalán seis años en los que no aportó a las vitrinas más que una liga, una Copa del Rey y una Copa de Ferias (precedente de la actual Europa League). O el mismísimo Johan Cruyff, crack que convirtió al Camp Nou en su casa por cinco temporadas en las que no anotó más que sesenta goles y apenas celebró dos torneos locales.

Sin embargo, en esos años setenta se gestó el mayor vínculo que cualquier futbol nacional haya tenido con un cuadro de otro país. Tras Cruyff llegaría al Barça su mayor apoyo en el Ajax, el todoterreno Johan Neeskens, y se gestaría ahí una manera de entender el futbol. En la tierra en la que se seguía construyendo la Sagrada Familia con el arquitecto Gaudí tanto tiempo antes muerto, en la que se adoraban las creaciones de los artistas Dalí y Miró, se descubrió que el deporte también podía ser estética y vanguardia.

Cruyff regresó como DT en 1988 y mandó traer al espléndido defensa del PSV Eindhoven, Ronald Koeman. Desde Neeskens, quince años atrás, el primer holandés. En 1992 ese rubio de apariencia corpulenta entraría en los libros de la historia al anotar en tiempos extra el gol para la primera Copa de Campeones barcelonista. No obstante, el naranja se desplegó por todos lados cuando tanto Cruyff como Koeman ya se habían ido. En 1997 se recurrió a otro guía holandés, Louis van Gaal, enemistado con Cruyff aunque seguidor indirecto de sus premisas, y con él hasta nueve jugadores de su tierra. En 2003 el elegido fue Frank Rijkaard y para 2008 Pep Guardiola, quien sin haber nacido en los Países Bajos traía en su ideología esa denominación de origen.

Por supuesto que para dar rienda suelta a esa obstinación naranja mucho se ha tenido que forzar e incluso manipular. De tanto repetir aquello de ADN Barça y cruyffismo, se ha pasado a ya no entender ni a qué se refiere, como si la posesión del balón fuera un fin en sí mismo y no un medio para avasallar al rival.

Eso sucede hoy con el arribo de Koeman a su banquillo. Personaje cuya trayectoria como DT no está ni de cerca al nivel de la que tuvo como jugador. Individuo reverenciado (como Simeone en el Atlético, como Zidane en el Madrid) por lo que regaló años atrás sobre el pasto. Para una directiva que ha sumido a su club en el peor abismo nada como apelar a un símbolo y Koeman lo es doble: de cruyffismo y de vieja gloria. De ahí a que resulte bien, es otro tema.

Porque la ruina barcelonista es estructural, desde la toma de decisiones y el aferrarse al poder, hasta la quiebra económica y moral. Porque su plantel, otrora soporte de una institución en naufragio, luce oxidado. Porque ha querido el destino que el instante de más urgente renovación sea en plena crisis. Porque el descrédito es total en una entidad que ratificó el lunes a su director deportivo para echarlo el martes; ese director deportivo que tendría que fijar el rumbo para la campaña que comienza en menos de un mes.

                                                                                                                          Twitter/albertolati