La exclusión deliberada de bandas de rock fundamentales para entender la evolución de la sociedad latinoamericana, a través de la propuesta musical de diversas agrupaciones, se entiende por la inclinación del productor musical Gustavo Santaolalla, un monstruo creativo sin el cual no se podría entender el soundtrack de la última mitad del siglo pasado.

Se justifica además, a partir de la ubicación precisa del contexto que envolvió a los jóvenes -mujeres y hombres-, de una iconoclasta generación que decidió romper con todo establishment retratado en una anécdota compartida por el líder y vocalista de Fobia, Leonardo de Lozanne.

La censura de una inocente canción, cuya letra bastante pegajosa, alarmó a una clase gobernante mustia y de doble moral capaz de saquear un país, pero encanalizarse por una estrofa que decía textual en la pieza bautizada “Microbito”:

Haré una alberca en tu ombliguito
Pa’ meterme a nadar
Y si me voy más abajito
Nadie me sacará

Como guadaña, la orden vino de la entonces censora de contenidos en todo ámbito, la Secretaría de Gobernación, convertida desde los desmanes de 1968 y 1971 en perro guardián de las buenas costumbres… y de los intereses del poder en turno frente a la amenaza “comunista”.

No era sino la continuación de una política de represión sin freno que se extendía desde México hasta la Patagonia. Militares o civiles, los regímenes buscaban a toda costa frenar el colapso de un modelo que era ya obsoleto por una característica contumaz: la sordera frente a reclamos legítimos.

Rompan Todo, el documental que se ofrece por estos días en streaming es una radiografía del proceso creativo que resultó en una espléndida estampa del género musical que muchos abrazamos como símbolo, que nos hizo cantar y bailar; pero también, condenar.

La proliferación de los hoyos en la Ciudad de México fueron por años el espacio clandestino en el que cientos de jóvenes se reunían para escuchar y bailar con las bandas de rock en el barrio o la colonia ante la prohibición de la Regencia del Distrito Federal luego de las movilizaciones estudiantiles de 1968 y 1971.

Rubén Albarrán, vocalista de Café Tacuba, cuenta que en sus repetidas estancias en el Chile de la era Pinochet y luego con Patricio Aylwin -un presidente que sirvió a los intereses del déspota militar-, atestiguaron el sometimiento de jóvenes a manos de militares sólo para pedir se identificaran.

Esos mismos episodios vivieron cientos de jóvenes en las ciudades medias en México. Auténticas razzias que tenían como propósito desactivar la sombra de la insurrección en las esquinas, parques públicos o barrios.

Como todos ellos, el autor de este texto puede ofrecer testimonio de ello: padeció persecución y acoso por el estigma de la primera juventud, uso de pelo largo y pantalón de mezclilla con toperoles.

Junto con un grupo de compañeros de generación atestiguó la penumbra que acompañaba a los ensayos de la emblemática banda Tree Sould in my Mind -ahora Tri- y otras como Dug Dugs en el Teatro Antonio Caso de Tlatelolco. Sin luces encendidas no sonido en bocinas, buscaban burlar a la policía para evitar ser sancionados pues las “tocadas de rock” !estaban prohibidas¡

La fuerza de Rompan Todo radica ahí, en el testimonio de cada una de los integrantes de las agrupaciones a quienes correspondió abrir paso de entre los oligarcas y señores feudales poco dispuestos para admitir como justo, el reclamo por los excesos cometidos.

 

Parabolica.mx por Fernando Maldonado