La primera derrota que marcó mi vida sucedió en el parque de mi infancia pero, irónicamente, lejos de un partido de futbol. V. (mi primera novia), quien vivía a tres casas de Cristina (mi abuela), rompió conmigo por correo electrónico. “Como sólo sé de ti por aquí o por Messenger, esto es lo mejor. No es mi culpa no tener cara de balón”, escribió, entre algunas otras líneas de semejante tono amable.

Era lógico, V. tenía 17 y yo 15. Se cansó de un romance con un niño y de lejos, aunque viviéramos a cien metros de distancia. En mi defensa, debo aclarar que en aquel entonces vivía mi mejor momento futbolístico (es decir, que aún era menos malo de lo que llegaría a ser) y estaba obsesionado con pertenecer al equipo colegial, cosa que nada me impediría lograr; ni siquiera el primer amor y todo ese cúmulo de primeras cosas que llegan con él.

Supongo, por curiosidad, cariño o pena (o una mezcla de las tres), V. accedió a una última cita. Después de algunos reclamos, lancé mi última coartada. “¿Pero qué no ves que estamos en construcción?”, pregunté. Se hizo un silencio sepulcral y, antes de partir, me miró como sólo se puede mirar a un desquiciado.

La verdad es que no lo tengo muy claro, pero debí sacar aquella frase de alguno de los centenares de periódicos deportivos apilados en la sala de televisión o de uno de los tantos programas de análisis y mesas de debate con los que, religiosamente al terminar cada jornada, nos desvelábamos el Pep (mi padre) y yo.

A pesar de los años transcurridos, la cosa no ha cambiado mucho que digamos.

Si usted es aficionado de León, seguramente habrá escuchado que el equipo no sufre de ‘campeonitis’, sino que después del título, con las lesiones o la falta de descanso, “el equipo está en construcción”.

Si usted es fanático de Pumas, seguramente habrá leído que tras la falta de vacaciones y la salida de jugadores clave, “el equipo está en construcción”.

Si usted es aficionado de Cruz Azul, recordará que, no hace mucho, antes de la impresionante racha de triunfos consecutivos, las críticas por falta de resultados e indisciplinas encendieron las alarmas en el entorno cementero; sin embargo, con las notables mejorías, las ilusiones dictan que el ansiado éxito de la Máquina “está en construcción”.

Si usted -como yo- es aficionado de la Franja, seguramente no son pocas las ocasiones que ha escuchado al argentino Nicolás Larcamón, mandamás del ‘Caballo negro’ del torneo, el repetir (y repetir; y repetir; y repetir y repetir) que el equipo “está en construcción”.

Si usted es aficionado de Chivas, de América, de Monterrey, de Tigres -o del equipo que guste y mande- tal vez anoche, hace una semana, una temporada o veinte años atrás, habrá no sólo escuchado, sino pensado: “¿Pero qué no ves que estamos en construcción?”.

Tal vez no nos hemos dado cuenta pero todos, absolutamente todos, a cada momento, estamos en construcción. Menos mal, nos queda el fútbol para despistar.

Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.

 

@donkbitos16

Atando Cabitos escribe Miguel Caballero