El deslinde como forma de hacer política suele tener consecuencias poco deseables. Sobre todo si lo que se quiere es obtener la confianza de la sociedad para aspiraciones futuras.
En mayor o menor medida es saldo negativo porque quien se desmarca de manera sistemática se desacredita así mismo y va en detrimento del único instrumento de quien busca trascender en la escena pública: la palabra.
Esa es justamente la suerte que corre el senador Alejandro Armenta Mier, único responsable de haber fichado a un grupo de gente cuya característica es la pobreza intelectual, trepadora y resentida que al mismo tiempo, los hace iguales por una pobre y evidente conducta: la meritocracia que lo hace verse en el proyecto de este aspirante a ser candidato a gobernador en 2024.
No es el único expediente, como tampoco ha sido el único. Ocurrió en la primera mitad de agosto cuando El Universal descubrió plagio en un libro sobre los azúcares que el Senador no escribió pero si firmo.
Fue encajado a un escribano sin talento y notoriamente perezoso como para colocar los pies de página en una obra que exuda pobreza literaria.
Fue la primera crisis política reciente, de la que Armenta Mier tuvo que responsabilizar al editor para luego matizar una mácula en su desaforado intento por lucir de lo que adolece: honorabilidad en el selecto mundo de los libros.
Casualidad o coartada, vino la ocurrencia de proponer castración química para abusadores sexuales en el peor de los contextos: el resurgimiento del Talibán y sus prácticas en suelo afgano, como las que el propio Armenta propuso.
La limitada visión de su equipo asesor terminó por igualarlo con los radicales asiáticos. Ni siquiera los legisladores de oposición tomaron en serio y dejaron pasar la propuesta.
Otro momento para desmarcarse fue cuando un par de incondicionales suyos publicaron un deficiente texto con información personal de la Coordinadora de Comunicación Digital. Deslindarse era pertinente porque no sólo cometieron misoginia sino una ilegalidad que debió ser sancionada por una autoridad ministerial.
La más reciente ocurrió en la plenaria de senadores de Morena. Lanzó dardos envenenados en contra de quienes según su apreciación, hicieron perder la elección a Claudia Rivera Vivanco, la reeleccionista presidenta municipal de la capital.
En el peor de los errores de comunicación política, recurrió a la vieja y ladina práctica de la generaclización, dejó a la libre interpretación el reproche. ¿Miguel Barbosa? ¿Edgar Garmendia?
Un político que ha vivido triunfos y derrotas electorales, dejó en el imaginario que pasó por alto lo obvio: deslindó también a la perdedora de la elección del 6 de junio, Claudia Rivera y su deficiente gobierno del repudio social que se reflejó en las urnas, pronosticado con bastante antelación por todas las empresas encuestadoras.
Armenta Mier cada vez tiene que ir más al deslinde y es probable que termine por asfixiarse, rodeo de la mediocridad de su equipo y el séquito de aduladores que lo ha orillado a contar medias verdades, o mentiras a secas.
parabolica.mx escribe Fernando Maldonado