Hemos vivido un verano lleno de deportes de todo tipo. Entre Selección Mexicana, Juegos Olímpicos, Eurocopa, Copa Oropero ninguno se compara a dejar a una hija en su primer día de escuela. ¿Qué tipo de deporte extremo es ese?

Natalia ya había tenido experiencia en guarderías desde el año pasado, pero experimentar el primer día de clases ya en una escuela, en segundo de preescolar y con pandemia de por medio, vaya que ha sido un reto. Me identifiqué con ese video que circula en redes sociales, en donde un papá deja a su hijo en la escuela y de fondo “lo siento Wilson”, de El Náufrago. Mi esposa lloró y me tocó consolarla, con los ojos vidriosos lo confieso.

Es un cúmulo de sentimientos. Por un lado la felicidad de saber que como padres podemos darle una buena escuela a nuestra hija y por otro cargar el miedo y señalamientos por llevarla a clases presenciales en la tercera ola por Covid 19. Cada quien habla como le va en la fiesta y a veces es muy cómodo hablar desde el sofá sin tener una necesidad tangible.

Pero, bueno, realmente me he ilusionado con ir a dejarla e ir por ella esperándola con los brazos abiertos, saciarla de preguntas sobre su día en la escuela y admirando los dibujos que le hizo a mamá y papá. Hasta sus abuelos, tíos y Blanca, su cachorra salimos retratados.

Esta experiencia me hizo recordar cuando mi papá iba a dejarme a la escuela. Era motivo de fiesta cuando se quedaba los lunes por la mañana en Puebla y nos llevaba al famoso Salvador Cárabez y de ahí emprendía el viaje a Ciudad de México. Ale, mi hermana y yo nos montábamos en aquel Cavalier turquesa de dos puertas con el característico “váaaaamonos” de mi padre, porque si algo le molestaba es que te tardaras en salir de casa cuando él llevaba apenas un minuto listo.

Llegando a la escuela era un partir plaza maravilloso. Él, orgulloso, dejando a sus retoños y para nosotros era el momento perfecto para mostrarle a los amigos quién era nuestro padre, que la voz que escuchaban en la radio era real y presumirle a cada maestra que “mi papáme vino a dejar a la escuela”.

Normalmente, en casa, durante la semana nos mandaban lunch y solo los viernes llevábamos dinero para comprar en la tiendita de la Seño Pera. Pues cuando papá nos iba a dejar, rompía el guión y nos daba por debajo del agua dinero, pero eso sí, con la advertencia “no vayan a comprar tantas porquerías”.

Disfrutemos el camino. Aunque sea deporte extremo dejarla día a día y extrañar sus historias y juegos en la casa, estamos listos para afrontar el reto y dejarle ese recuerdo que, tanto mamá como papá le daban la bendición y le deseaban un buen día en la escuela.

Por Alfredo González

@AlfredoGL15