En medio de selfies, empujones y meceros correteando a los comensales para que no se escapen con su propina: “jefe, aicon lo que guste cooperar”, se lleva a cabo una escena digna de la Biblia, pues poco antes de comer la sopa poblana y el pollo untado con algo parecido a la salsa verde, Sergio Salomón llamó a los poblanos a la unidad —como lo hiciera desde endenantes su tocayo, el hijo del rey David, cuandoéste le pidió a Jehová sabiduría y ciencia para gobernar—.

Compermisito, compermisito, que ya se me hizo tarde dice en la entrada del salón El Recuerdo una regidora de Tepeaca que llega corriendo y entaconada a la comilona en el salón, mientras Julio Huerta dirige un largo, largo, largo discurso.

El lugar está a reventar. Hay gente hasta de pie. No alcanzanmesas y sillas para los convocados.

Son las cuatro de la tarde y el calor durísimo provoca en el ambiente un dulce olor a sobaco, es decir, a cebolla pasada por aceite hirviendo en manteca, pero a nadie le importa, pues todos los que están aquí esperan “La “pinche señal”, como diría un aspirante a la gubernatura en aquel lejano 2003.

Se cumplieron los primeros cien días de Sergio Salomón al frente de la administración. Cien días en los que se acabó la persecución, las carpetas de investigación, cien días sinamenazas a la prensa y descalificaciones contra los “enemigos del régimen”.

Aquí hay de todos colores: morenistas, priistas, panistas, empresarios, líderes regionales, personajes como Dulce Silva, esposa de César Yáñez, a quien la encarceló el morenovallismo y la defenestró el barbosismo.

Ardelio Vargas Fosado, el policía de todos los regímenes políticos nos acompaña. En vísperas de las pascuas han resucitado, como el divino Chuy, hasta los muertos y aquí están, sin distingos, sin malas caras, sin censuras ni vetos políticos. Aquí caben todos.  Realmente son pocas las ausencias, aunque notables, pues no está ni Verónica Vélez ni sus chicos, los “Vero boys”.

“Qué raro, fueron invitados y dijeron que sí venían, pero quién sabe qué pasó”, dice un periodista, en tono de sarcasmo.

La señal es muy clara, no por nada el nombre en hebreo de Salomón significa “pacífico”. Y el llamado del hombre del poder en su discurso es reconciliación para pacificar la entidad, para que se eliminen las confrontaciones.

En una mesa se escucha a un personaje decir:

—¿Sabían que con Miguel Barbosa se armaron 276 carpetas de investigación en la Fiscalía?”

—¿Cuántas?

—276… es decir, hizo más denuncias que obra pública en cuatro años.

El gobernador en su discurso retrata algunas escenas de la historia de Puebla. A su izquierda está su esposa Gabriela Parada y a su derecha está Julio Huerta a quien CéspedesPeregrina le levantó la mano al término de su largo, largo, largo discurso.

La mesa principal está llena. Son los nuevos protagonistas.

Ahora, dos escenas: Sergio Salomón enfundado ya como el líder máximo del estado, camina mesa por mesa a saludar a sus invitados. Está feliz. Tan ancho que no cabe todo lo que irradia. La segunda escena es Julio Huerta a quien le dan la salutación.

El gobernador parece candidato, pues todos quieren su selfiecon él. Se empujan para saludarlo, para abrazarlo, para que una vez que los toque se sientan bendecidos.

Góber, por aquí, góber por acá. Son casi las siete y media de la noche y apenas terminó de saludar y platicar con sus convocados.

La fila de salutaciones a Huerta ya concluye.

Unas tres horas antes, Sergio Salomón levantaba la mano a Julio Huerta y los gritos al unísono eran: “¡gobeeernador, gobeeernador!”.  No obstante, inmediatamente después alguien corrige (para que nadie se confunda) “¡Sergio, gobernador, Sergio, gobernador!”.

Y así arranca la era del gobernador pacifista, la era salomónica, en medio de empujones, selfies meseros pidiendo propinas y sobre todo una nueva era en el estilo personal de gobernar.