¿Qué clase de sociedad somos cuando un menor de 2 años es abandonado desnudo en una maleta, a media calle, con signos de violencia, como si fuera un trozo de papel?

¿Qué clase de sociedad somos cuando un pequeñito está más seguro tirado en una calle que en su propia casa?

¿Qué clase de sociedad somos cuando un padre y una madre prefieren dejar a un niño a su suerte, porque probablemente su suerte, por sí misma, es mucho mejor que los cuidados de sus progenitores?

¿Qué clase de sociedad somos que hemos olvidado que en este mundo no hay mayor amor que el de una madre o un padre?

¿Qué clase de sociedad somos cuando ya no nos mueve y, mucho menos conmueve, el abuso de nuestras infancias?

¿Qué clase de sociedad somos que hemos normalizado que los niños pueden ser golpeados, abusados, abandonados, explotados y nada pasa?

¿Qué clase de sociedad somos cuando no entendemos que no entendemos, que vamos a un terrible precipicio en el que cualquiera puede caer si seguimos aplaudiendo lo políticamente correcto, pero callamos la verdad?

¿Qué clase de sociedad somos si por no argumentar, por no defender la razón, seguimos dejando que la vida pase sin corregir, sin regañar, sin poner reglas?

¿Qué clase de sociedad somos si no regresamos a educar en valores, a cuidar – con los regaños y castigos que implica – a nuestros hijos?

¿Qué clase de sociedad somos si estamos formando generaciones de nuevos padres y madres, que no saben qué hacer con sus vidas y mucho menos con las que engendran?

¿Qué clase de sociedad somos si se nos ha olvidado enseñarles a nuestros hijos que la moral no es un árbol que da moras, que hay palabras como respeto, dignidad, responsabilidad, que, algún día medianamente remoto, tuvieron significado y valor real?

Lo vemos a diario, pero no queremos observar que hay un desmoronamiento real del que todos somos responsables, por acción u omisión. Y cuando pensamos que ya hemos sido testigos de todo, la naturaleza humana nos sorprende con un pequeñito de dos años, abandonado en una calle, desnudo, en una maleta, como un papel que se tira al piso.

Probablemente quienes lo hicieron, le regalaron el mayor bien de su vida, estar lejos de ellos.

Y en esta lamentable y desgarradora historia, hay, afortunadamente, una luz, la noble labor del DIF Estatal que encabeza la señora Gaby Bonilla. Estoy segura de que este martes su visita al Hospital General del Norte para conocer el estado de este pequeñito fue una acción de corazón y será el principio de un mejor futuro para él, uno donde le espere una familia de amor, ya que la de sangre no tuvo la altura para arroparlo.

Por: Jésica Baltazares 

Me encuentran en X como @jesibalta

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