XAVIER GUTIÉRREZ
Puebla capital ha sido gobernada por chambones. Utilizan el presupuesto para obras de relumbrón. Dan manita de gato en sitios visibles y emprenden obritas para sacar buenas tajadas de los constructores.
Nada de esto es nuevo. Ha sido lo recurrente. Dejan un muestrario de porquerías y se van con riqueza mal habida pero hábilmente oculta. Todos han procedido así, sin distingo de partidos.
Aceitan la maquinaria por arriba y por abajo para la aprobación de sus cuentas y se marchan. Tienen la desfachatez, algunos, de repetir o intentar repetir en el cargo. Cinismo en estado químicamente puro.
Claudia Rivera, por ejemplo, vio frustrado su intento, pero el otro Rivera, Eduardo, lo consumó. La voz popular lo dice como caricatura verbal: “es la misma gata, nomás que revolcada”.
Los pueblos no tienen memoria, eso sucede en todas partes. La Puebla que vemos ahora, en estos días, es una facha.
Dos cosas son ciertas: los gobiernos municipales tienen un presupuesto ínfimo y nada han hecho, ni los alcaldes ni los gobernadores para subsanar esta aberración. Y la otra: la actual temporada de lluvias ha sido especialmente cruda.
Como sea, la ciudad capital tiene las calles horrendas, baches mortales como nunca se había visto. Todo esto no es nuevo. Ya existía, con esto hay que gobernar. Por supuesto que está mal, pésimo, pues hay que cambiarlo.
El sentido común marca elementales remedios como una especie de brújula popular. Una ciudad o un pueblo se siente medianamente satisfecho si le garantizan en niveles aceptables: agua suficiente, calles transitables, alumbrado y seguridad.
Lo demás es importante, por supuesto, pero estos son los ejes indispensables. Como las patas de una mesa. Si un alcalde pone esto sobre la mesa, planifica, destina los recursos necesarios y supervisa la ejecución de los proyectado con un sentido ingenieril, las bases para una conexión saludable con la gente están dadas. No perder de vista esto, lo prioritario. Y el seguimiento celoso y personal de todo lo dispuesto para un buen gobierno. Pero, el ejercicio del gobierno impone otras cosas veleidades. Ligereza, irresponsabilidad, lucimiento y comisiones, jugosas comisiones.
Cuán apreciaría Juan Pueblo pavimentos de calidad, o brigadas de relaminación o taponamiento de baches, con algo sumamente importante que invariablemente se olvida: señalización, comunicación de lo que se hace con oportunidad, usando los medios y la inteligencia.
Pero esto, todo esto, armado y puesto en funcionamiento con un mecanismo de relojería suiza. E insisto: explicado a la gente, antes, durante y después de la obra. Como se verá, sólo este aspecto del quehacer de un presidente municipal no es cosa del otro mundo ni requiere la aplicación de fórmulas científicas complejas. Precisa, sí, de organización, planeación, trabajo sostenido imparable, ¡y comunicación!
Lo demás va de la mano. El alumbrado y la seguridad pública. Respecto de esto último, a cada inicio de gobierno se anuncia la compra de cientos de patrullas, pero nunca se ha sabido de una estrategia bien hecha, con carácter integral para atender este problema.
Es paupérrimo lo que aquí se ha hecho y la inseguridad toca la puerta cada vez más fuerte. En cada rubro hay expertos, hay modelos dignos de imitar que han funcionado, hay mecanismos adaptables, todo esto existe dentro y fuera del país. Pero parece que los funcionarios que pasan por estos cargos se esconden bajo un caparazón de tortuga, cubiertos con una gruesa capa de cinismo y ocupados sólo en hacer fortuna en el corto plazo.
Eso sí, al aproximarse el fin de cada año o trienio, hacen festejos rimbombantes para publicitar su “obra”. Nada hay de exageración en esto. Vea las calles y observará las impunes huellas de una caterva de sinvergüenzas que se van con las alforjas llenas, porque ya vienen los siguientes. En el caso poblano se fue Eduardo Rivera, quedó Adán Domínguez. Y dice el dicho, “no es lo mismo Juan Domínguez que… Sí, si es exactamente lo mismo.