La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Después de engullir media vaca a las brasas en conocido restaurante poblano, me puse a observar las mesas vecinas. La mayoría estaban ocupadas por hombres. Es lunes, y por lo general las familias no salen a comer los lunes. Los lunes van a los restaurantes los señores solos. Se citan ahí para cerrar negocios, ¡o qué se yo! Miraba las mesas mientras pensaba que pasado mañana, es decir, el día del amor, esas mismas mesas estarán llenas de parejas que celebrarán su felicidad. O tal vez no su felicidad, sino su hastío. O quién sabe… puede ser que muchas de las parejas que se sienten en esas mesas pasado mañana sean parejas nuevas, que se procuran y se aman. Pero hoy fue lunes y por más que buscaba parejas en las mesas, sólo pude divisar a un par que estaba muy a la orilla. Medio escondidas. Ajenas a los ojos morbosos de los demás comensales. Una de esas dos parejas la conformaba un hombre como de cincuenta y cacho y una mujer como de ventipelos. Me acerqué a la mesa so pretexto de salir a fumar y vi que el hombre llevaba argolla matrimonial, y ella no. Inmediatamente concluí que la chica era la amante. ¿Cómo supe que era la amante y no una amiga o alguna colaboradora? Fácil: la muchacha tenía enredadas las piernas en las piernas de él. Y sobre la mesa, él jugueteaba con la mano de ella, quien bebía una apetecible margarita frozen que parecía un pastel de fresa. No pude escuchar bien de qué iba su conversación. Sólo alcancé a oír que ella le decía “va, de aquí nos vamos en tu carro y luego mando por el mío”. Miré a la mujer y pude notar que su cuello no estaba constelado en cadenas o dijes, o que su muñeca no traía un reloj fino o que en sus dedos había un anillo de pasta roja en vez de un brillante. ¿Qué regalan ahora los viejos raboverdes a las amantes para conseguir sus favores?, pensé. La respuesta me llegó como una ráfaga helada de aire polar: migajas. Las vamps ya no son como antes. Sus madres ya no las adiestran en el sistema de “lo cáido, cáido”. Ahora, como comentaba hace unas semanas con una amiga, los hombres quieren que una se enamore de ellos y se vaya a la cama con ellos sólo por el hecho de invitarte a comer un corte y beber un vino de mediana calidad. Carajo, ¿a dónde se fueron los años de glamour del amasiato? Aquellos años donde los vejestorios, con tal de sentir la fresca pielecita de una dama veinte años menor que ellos, ofrendaban joyas, viajes, carros ¡y hasta departamentos! Eso ya no existe. El galanteo de palacio se perdió en la singularidad de la materia y las amantes millennials dejaron de explotar ese recurso maravilloso del que tanto hablaba Agustín Lara en sus canciones. Han perdido el encanto de la liviandad… remunerada con sendos aretes de esmeraldas. Les hace falta ver más cine de María Félix, o ya mínimo darse un quemón en el Instagram de Salmita Hayek. Ella bien que supo aprovechar su exquisito abandono de mujer.
