Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

Si el avión en el que voy ahora se desvaneciera mientras sobrevuela uno de esos puntos magnéticos y misteriosos del planeta Tierra, digamos, el Triángulo de las Bermudas, el mundo se quedaría sin un ex secretario de Gobernación calderonista, sin dos o tres señoras geniudas, desveladas y mezquinas, sin un puñado de señores sin modales que se descalzaron tan pronto el avión llegó a los 10 mil pies y sin el que escribe esta fatua crónica aérea.

Vamos, si el avión en el que voy ahora se cayera en medio del Atlántico, el mundo no perdería lo mejor que tiene. Todo estaría bien. 

Pero ahondemos más en el tema de que siempre viajo con políticos. La última vez que tomé un avión, compartí asiento —por decir algo, pues él iba en Primera Clase y yo en la bodega del avión, por decir algo también— fue nada más y nada menos que Arturo Montiel y sus pecados. Más de uno lo reconocimos a pesar de sus lentes oscuros en plena madrugada; más de uno, también, le mentó la madre de manera telepática. Ya encarrerados, yendo más atrás, cuando José Antonio Meade fungía como secretario en el Gabinete de Felipe Calderón, me tocó verle abordar el mismo avión que yo, junto a su esposa y sus hijos; ahora en la fila de adelante viene uno de los tantos secretarios de Gobernación que tuvo Calderón y veo que le gustan las galletas Emperador. Hasta ahora no es de los que sacan torta de atún o cemita con pápalo. Vamos bien.

Las experiencias anteriores, notará el lector, son relatadas desde mis ojos que a veces son los de un viejito chismoso, argüendero, de esos que disfrutan platicar en el café sobre cuántos famosos que ha visto, pero nada más.  

Aunque revisando mis encuentros fortuitos con políticos, destaco uno en el que, más que espectador, fui parte. Caminaba yo sin deberla ni temerla por la Quinta Avenida en Nueva York, cuando Ernesto Zedillo se acercó a mí y me preguntó si sabía en dónde estaba tal dirección, mientras caminábamos los dos por la 5ª Avenida. Me lo preguntó en inglés, como buen tecnócrata, y cuando le respondí en español y le llamé por su nombre, se puso nerviosísimo por saberse delatado en su anonimato fallido y se fue corriendo y sudando, como si hubiera visto a Salinas o a Camacho Solís doblar la esquina y venir directo hacia nosotros. Lo vi doblar la esquina de la 59th y Central Park. Nunca supe si llegó a su compromiso.

La temperatura y la humedad ese día eran infernales, aún así recuerdo el nudo apretadísimo de su corbata y el negro azabache de su traje como si lo hubiera visto ayer.

Creo que deberé hacerme una limpia, no me había dado cuenta que siempre me encuentro a priistas. Deberé pasarme una ramita de romero por todo el cuerpo antes de que me empiece a topar con morenistas en los vuelos.

Al cierre de esta edición, el avión en el que vengo estaba a una hora de aterrizar en el que fuera, hasta 1964, el aeropuerto Idlewood. ¿A dónde me dirijo? También, hasta el cierre de esta edición, un total de siete personas han hecho comentarios alusivos a la calidad de central camioneta de la que goza nuestro dignísimo AICM.

Seguiré contando.

PS

Los señores que viajaban de traje y corbata en el Concorde se retorcerían en la tumba si vieran a la señora que viene sentada junto a mí.