Con el hartazgo de los opinadores y golpeadores derechistas e insulsos quejumbrosos más del gobierno mexicano que del coronavirus, comienzo a escribir esta entrega en la que no hablaré de la psicosis excesiva y el miedo provocado que da latigazos a diestra y siniestra contra la pobre gente crédula e inocente, y no contra la enfermedad mental del poder y sus virus, que tiene al mundo con la entrepierna temblando de espanto.
Yo no tengo miedo y me asiste el comienzo de la lectura de El Quijote y me encerraré un poco más, no por la pandemia que sigue pareciéndome una escena de película gringa mala y con un final feliz que desembocará en la reelección en la presidencia norteamericana del mismo siniestro personaje.
Me encierro para escuchar La pasión según San Mateo de Bach y a comenzar mi anual lectura de El Quijote, además del ordinario trabajo de preparación de mi programa de televisión, mi novela en escritura, y la preparación del nuevo recital con mi amigo Juan Alzate. Pero sobre todo, mis dos añejas costumbres de sumergirme las obras de Cervantes y Bach.
Nada me ausenta más del mundo, de por sí herido por la pobreza y la crueldad de los poderosos, que escuchar como cada año, varias versiones de esta magistral pieza del compositor alemán, que me gusta de manera visceral e inexplicable, porque como el amor, la fascinación por ciertas piezas musicales, como esta de Bach, nunca podré explicarla, ni trataré de hacerlo; acaso la poesía pueda acercarse a las razones. De manera sencilla, hay un encantamiento en mi corazón cuando asciendo y cierro los ojos mientras escucho a fondo esta pieza maravillosa. Y cierto que las otras pasiones de Bach son hermosas, pero la de Mateo, es la que más escucho y me emociona. Leo la traducción de los textos con cuidado y la escucho completa sin interrupción las dos horas con cuarenta minutos aproximadamente sin estar en ninguna parte que no sea ese mar de voces y música de los instrumentos. Me alimenta algo que tampoco puedo explicar en la soledad de la casa silenciosa; me quita el hambre de mirar el cielo y de soñar con que las cosas buenas de la vida que siempre espero, lleguen. Hay algo que sacia una sed que no entiendo, pero que mucho se parece a la de beber un vaso de agua en una mañana luminosa y sentir la transparencia entera.
Y sumo a la música, la lectura de Cervantes, que antes hacía por necesidades académicas, y hoy la hago por el purísimo gusto de poder vivir como habitante en esa novela que también me ha parecido una obra mayor, inmerecida a mis ojos. Y es que ya no me detengo en explicar las razones de mi placer, es sencillamente que cada marzo, comienzo la hazaña, como un caballero andante de la lectura, y es que me estremece la historia de un hombre que supo pensar hasta la locura. Me conmueve el amor por la humanidad que un hombre puede profesar, el amor por el hombre y la vida, el amor por el saber y por el acto de pensar en la paz y la bondad hacia los demás. El Quijote es un hombre que no quiere la guerra, y lo vemos, como en el capítulo donde a sus ojos, dos ejércitos se van enfrentar, y él hace una descripción perfecta de aquellos ejércitos que lo fueron en la historia, pero aquí, lo que don Quijote quiere es detenerlos. Y aunque en la realidad son dos rebaños de ovejas que Sancho puede ver, en su intervención pacificadora, lo atropellan. Y allí están claramente sus intereses de componer el mundo, que resultaría tan fácil en esa lógica quijotesca, componerlo, arreglarlo…
La lectura de El Quijote, me hace falta cada vez que el mundo es una mentira grande, un teatro agigantado y la realidad peligra de verdad. Pienso en el desprestigio que viven los que saben ante los que sólo tienen. Y el Quijote es un ejemplo. La realidad lo va abofeteando por donde lleva su marcha, por donde ha planeado componer el mundo. Y es natural que sea blanco de burlas y mofas desde todos los frentes, aunque tenga razón. Y hay los que solo se compadecen de él y con eso creen adherirse a su discurso. ¡El Quijote tiene razón! Y deberíamos reconocerlo en los hechos del mundo. Imposible será en estos sistemas de la crueldad y la ignorancia activa, que la prédica quijotesca sea bienvenida; las razones, están dichas. Pero yo estoy seguro que El Quijote salvaría el mundo, y a él sí le ayudaría yo personalmente. Por eso entro a vivir en su historia cada año.
Mientras tanto mi ingreso a estas dos obras maestras (la de Bach y la de Cervantes) me habrá dado lo que nada más me da cada año como un regalo hermoso que recibo del destino. Y agradezco poder aún tener los sentidos diestros y receptivos para vivirlas, porque es cierto, me ha dolido (ya no) haber perdido amigos y amores, pero perder el placer de habitar las obras que amo, eso me haría pedazos.
Lo demás puede esperar, o irse a donde se tenga que ir. Nada puedo hacer y nada más he de opinar ante tanto menguado opinador. Que venga lo que venga, y les calle la boca con el trapo sucio de su misma palabra.
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