Un amenaza como la que nos ha plantado este virus, no es poca cosa, venga de donde venga, llegue de donde llegue. El caso es que nos ha inoculado el peor veneno que a una sociedad se le puede inyectar: el miedo. Y si a esto sumamos la desconfianza, el alejamiento entre nosotros, la sospecha de que cualquiera puede contagiarla muerte, la psicosis crece y descabella la sensibilidad comunal. No es raro, ver personas que ven con ojos discriminatorios a cualquiera en los bancos, en las tiendas o en las filas para pagar, y no estoy diciendo que no es correcta la distancia, lo es. A lo que me refiero, es a lo que la prepotencia y el espíritu discriminatorio, pueda provocar en las relaciones sociales; eso es aparte de las reglas y se manifiesta en la primera oportunidad. Esa conducta de los ciudadanos puede crecer en cuanto lleguemos a lo que anuncian otros países (y ojalá no). Lo mismo que sucede en la novela “La peste” de Albert Camus. Y es que con miedo, las personas espantadas dan arañazos defensivos contra cualquier sombra que parezca amenazante. La gente en tales situaciones –como en “La peste”– saca lo peor de su crueldad contra el mundo y contra los demás, aunque también –debemos reconocerlo–, puede dejar salir los mejores sentimientos y las mejores muestras de amor al mundo y a los demás, como también sucede en “La peste” del escritor francés de origen argelino.
La pandemia que muy bien está aprovechando el poder de los que creen ser los dueños del mundo, cierta o no, trae la muerte. Y lo que menos importa a los ambiciosos, es la vida de los pobres del mundo, ellos quieren conservar el poder, así tengan que aniquilar a quienes les estorban, y hoy parece que las sociedades en desamparo y fuera de la productividad, les están estorbando.
Escucho un audio entre un seudo periodista y algunos empresarios (filtrado para nuestra fortuna), y veo claramente esta actitud de desprecio y discriminación a los ancianos, al desempleo, a los jóvenes, a los pobres que muchos años han sido nada en los gobiernos que los pisotearon. Muchos ante el desconcierto, y ante la información de los que Javier Marías llama “agoreros por doquier” que se dedican a mortificar, ayudan a dejar instalados en el miedo, a quienes les siguen, escuchan y hasta les creen. Y sucede como sucede en la novela de Camus que el miedo permite una manipulación perfecta y un modo de perder la visión objetiva de la realidad. El que tiene miedo sólo ve hacia un punto, que es hacia donde está el paraje –también desconocido– al que cree que estará a salvo, pero no comprende que en la huida, la mirada se estrecha y resulta imposible ver de modo más panorámico y objetivo, la verdad que está escondida en la misma huida y poco más allá del miedo.
En esta pandemia de la que debemos defender la vida, los medios de comunicación del país (que ya no reciben insultantes cantidades de dinero por su oficio de maquillistas), alertan y mortifican en demasía. La lengua suelta de esos apasionados pegados a un micrófono trivializando y llamando a la desobediencia, burlándose del presidente porque piensa en los pobres (como si muchos no lo fueran), culpando a diestra y siniestra, lavándose las manos como ciudadanos perfectos ante la opinión pública, son tan dañinos como el propio virus que dicen combatir. Quizás este momento sea de transformación en donde vemos el odio creciente de aquellos a los que les importa sólo el dinero, los bienes, los privilegios que han logrado llegaran de donde llegaran. Pero también –como en todos las crisis de la historia– emergen de las cloacas los monstruos a los que todos conocerán y un día, dejarán de tenerles miedo. O simplemente, dejarán de huir de sus garras que antes fueron un mito o un motivo simple del temor a lo desconocido. Porque siempre se tiene miedo a lo que se desconoce, pero si el objeto de nuestro temor, ya se le conoce el proceder, el miedo y el cálculo para enfrentarlo, se unen y es el cálculo lúcido y sensato, lo que ha de vencer a esos enemigos, aunque no hay que olvidar, que esta vez, es la ciencia la que debe salvarnos, y nada más que la responsabilidad, la cooperación, la voluntad, el cuidado, la mesura y el cálculo, lo que ha de llevarnos a que la psicosis nos deje en paz.
La realidad es esta y pone en riesgo la convivencia en los valores, en la defensa del hombre y no de los capitales. Porque sabemos que el capitalismo, vive de la carne humana y camina con sus botas de acero, sobre los hombros de la pobreza, y no importa que sea con la muerte de los hombres, con lo que cobre el precio que el supracapitalismo a toda costa cobra para mantener sus cuentas negras.
Falta cordura, sensatez y sentido común e información sana, para enfrentar este momento de la historia en la que –a toda costa– debe salir ganando el valor del hombre y la defensa contra el desamparo. No hay más, y Albert Camus, con todo propiedad, lo expone en su novela que no puedo quitar de la memoria por estos días, porque asi pueden suceder las cosas, y aquí no estamos viviendo en la novela de Albert Camus, ni es ficción. Esto es la vida real y es la única que tenemos. º