El nuevo museo de arte más importante no está en los Estados Unidos, sino en México.
Por: Rick Brettell
Traducción: Sandra Limón
Editor: Carlos A. Limón
Inaugurado para recibir gran reconocimiento en México, no en nuestro país, el Museo Internacional del Barroco en Puebla es único; simplemente no hay nada parecido en cualquier otra ciudad o país.
Concebido por un distinguido diplomático y educador, Jorge Alberto Lozoya, el proyecto fue adoptado por el entonces flamante gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, como una forma de atraer turistas a la capital del estado y provocar el orgullo de los poblanos.
Para ellos siempre había sido necesario ir hasta la Ciudad de México para visitar buenos museos.
¿Por qué barroco, y qué tipo de barroco?
La respuesta más sencilla es que Puebla es la ciudad barroca más grande y mejor conservada de América, lo que fue reconocido por la Unesco, pues el centro de la ciudad es Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1987.
Fundada en 1531, Puebla de los Ángeles fue la primera ciudad planificada de toda América, precediendo a las primeras ciudades planificadas de los Estados Unidos, New Haven y Philadelphia, por más de un siglo.
Su periodo de mayor importancia internacional fue de 1600 a 1800, la edad del barroco en Europa; además, tuvo la primera biblioteca en América: la Biblioteca Palafoxiana, fundada en 1646 y que permanece abierta a los visitantes.
Sin embargo, si Puebla fue una ciudad barroca, se transformó –después de la Segunda Guerra Mundial– en una de las ciudades más modernas e industriales de México. Tiene la planta armadora de la marca Volkswagen en México y, pronto, la de Audi, al tiempo de preservar cuidadosamente la arquitectura y las instituciones de su núcleo urbano.
Ese hecho queda reconocido en la creación del Museo Internacional del Barroco. Diseñado por el arquitecto japonés ganador del Premio Pritzker, Toyo Ito, el museo es una colaboración público-privada única en los museos mexicanos, que suelen ser operados por el gobierno. Es también uno de los pocos museos en México cuyos objetivos son globales, no nacionales.
La razón detrás de la creación del museo se puede relacionar también con el periodo barroco y la posición de la ciudad en el comercio mundial. Antes del canal de Panamá todo comercio de Asia llegaba a través del océano Pacífico a un puerto de México o Perú, ambos parte de la Nueva España. La ventaja que tenía México es que el territorio que ocupa es relativamente estrecha, y había varios caminos en uso incluso antes de que llegaran los europeos, mismos que unían las costas del este y oeste de México.
Por lo tanto, las mercancías procedentes de India y China fueron concentradas en la capital asiática de Filipinas, Manila, enviadas a Acapulco y llevadas por vía terrestre a los grandes mercados en Puebla, donde se trasladaban a Veracruz y después a La Habana, antes de llegar a Europa. Literalmente, Puebla era el centro de mercados donde el Oriente y el Occidente se reunían. Era una ciudad global mucho antes de que Boston o Philadelphia se fundaran.
Hoy es difícil para nosotros evocar esos días de globalización preindustrial, pero eso es precisamente lo que este museo hace. Más grande que el Museo de Arte de Dallas y concebido no como una exhibición estática de una colección permanente, el nuevo museo es, en esencia, de carácter experimental.
La finalidad del museo es atraer a espectadores de distintos tipos, con letreros extensivos e informativos en varios idiomas para visitantes adultos (pre-digitales), montones de aparatos manejados por computadoras, para los millennials, y objetos gloriosos acomodados de manera absolutamente teatral, muy apropiada para un museo barroco.
Las paredes del museo son todas curvas, onduladas, de hormigón blanco, y con obras de arte que cuelgan del techo, se apoyan en el suelo, escalan paredes y llenan vitrinas de todo tipo.
Hay tres teatros en la instalación, un arco del triunfo de sencillez gloriosa, una maqueta de la ciudad de Puebla del tamaño de un cuarto y un “gabinete de curiosidades” con pájaros disecados, colmillos de elefantes, caimanes, pinturas, aparatos científicos, fósiles, piedras preciosas y objetos similares. Lo recorrí en dos horas y me sentí tan lleno de energía que quería empezar todo de nuevo.
Quizá el aspecto más extraordinario del museo es que, inmenso y complejo como es, fue concebido, construido e instalado en menos de dos años, algo que es inconcebible en nuestro país, cuyos ciclos de planificación, regulación, sindicatos y cuestiones de gestión de riesgos generan una situación en la cual una institución como ésta hubiera tardado hasta 10 años en ser planificada y construida.
Sin embargo, lo más sorprendente es que no tenía ninguna colección que actuara como núcleo, sino obras clave prestadas por coleccionistas públicos y privados de Europa y Latinoamérica, que fueron añadidas a un pequeño grupo de obras que adquirieron de manera directa. Toyo Ito, su arquitecto, estaba tan asombrado por el ritmo y la calidad del trabajo que les dijo a sus clientes que nada de esa escala e importancia pudo haber sido construido tan rápido en su país (Japón) desde el siglo XVII, cuando sólo los gobernantes feudales japoneses podían hacerlo.
Erigido en una parte totalmente nueva de la ciudad de Puebla, rodeada de jardines, oficinas de gobierno, impresionantes edificios de departamentos e instalaciones universitarias, el Museo Internacional del Barroco vuelve algo próspero un estilo histórico que asociamos con los palacios reales y las catedrales de Europa.
Con exposiciones de trajes de los maharajás de la India o de la artista contemporánea estadunidense Lynda Benglis, en este el museo reconocen que el barroco –que es irregular, emocional, complejo, asimétrico y exuberante– no está en absoluto limitado a los siglos XVII y XVIII, sino que es la contraparte dionisíaca al orden apolíneo, y que lo hay en todas las culturas en todo momento.
¿Quién sabe qué sigue? Tal vez Gauthier, Frank Stella, art nouveau, surrealismo, neobarroco, los mayas o el arte hindú –todos vienen a la mente–. Por fortuna, Puebla está a un vuelo directo de dos horas y media de Dallas, y el restaurante del museo es uno de los mejores en la capital culinaria de México.
En suma, tres estrellas de tres.