No es casual que Enrique Peña Nieto sea el presidente de México más desprestigiado de la época moderna.
Tampoco sorprende que sus niveles de aprobación ciudadana y credibilidad estén por los suelos y que sean los peores de los últimos cinco mandatarios.
Su visita “de doctor” a Puebla con motivo del desastre causado por la tormenta tropical Earl, confirmó lo que ya se sabe.
A Peña Nieto ya le interesa muy poco lo que ocurra con el país.
Luce más ocupado en controlar los daños causados a su imagen, familia y círculo cercano por el enésimo escándalo de corrupción detonado por la prensa extranjera, que en asumirse como el líder de los mexicanos.
Como el líder en un país en crisis.
Cansado.
De mal humor.
Como si no hubiera disfrutado de varios días de vacaciones.
Así llegó este martes el mexiquense a Huauchinango, uno de los tres municipios más golpeados por Earl.
Pero vino “de pisa y corre”.
Sin cuidado de las formas y del fondo.
Sin ensuciarse los zapatos.
Todavía más grave: sin recorrer las comunidades devastadas.
En otras palabras: vino simplemente para cumplir con los protocolos.
Sólo para cubrir el expediente.
Verdaderamente ajeno, lejano, al dolor de quienes no terminan de llorar a sus muertos.
De aquellos que perdieron lo poco que tenían.
Peña Nieto no sólo tardó más de dos días en presentarse a la zona de desastre.
(Pobre, tuvo que suspender sus jornadas de golf).
También dialogó menos de una hora con los damnificados, esos seres sin nombre ni apellidos –y muchas veces sin rostro– para quienes los ven desde las alturas del poder.
Varios ni siquiera pudieron acercarse al mandatario para expresarle sus necesidades, sus urgencias, sus penas.
El Estado Mayor Presidencial se los impidió como acostumbra: a codazo limpio.
Peña Nieto causó gran decepción.
Y es que no fue, como se esperaba, hasta las zonas dañadas; menos, mucho menos llegó a Xaltepec, la comunidad más afectada por la fuerza de Earl.
(Y, no hay que olvidarlo, por la corrupción eterna de autoridades de todos los niveles que han permitido los asentamientos irregulares en zonas de peligro).
En un escenario bajo control –el gimnasio del Instituto Tecnológico de Huauchinango–, ante un auditorio previamente seleccionado, sin un cabello fuera de su sitio, Peña Nieto se limitó a ofrecer el discurso de rigor:
“No los dejaremos solos”.
“Cuentan con todo mi apoyo”.
Y el bla-bla-bla de siempre.
A Peña Nieto se le vio insensible.
Frío.
Y lo peor: inconmovible.
Nadie dice que hay que llorar –y menos llorar en público– para mostrar un poco de compasión por la desgracia ajena.
Pero siempre se agradece un poco de compromiso.
Sobre todo tratándose del hombre supuestamente más poderoso del país.
Capaz de mover voluntades con un solo gesto.
Un gesto de humanidad.
Pero Peña Nieto no fue Zedillo.
Con más exactitud: Peña no quiso ser Zedillo.
El Ernesto Zedillo que en 1999, como presidente de la nación, dio una lección a todos en medio de lo que llegaría a conocerse como “la tragedia de la década”.
Fue hace 17 años.
En medio de la peor pesadilla para Teziutlán.
El día que se cayó –literalmente– el cielo.
Cuando llovió más de 72 horas seguidas
Recuerdo perfectamente que Zedillo no perdió el tiempo y viajó de inmediato a la Sierra Norte.
Y no sólo eso: en compañía del gobernador Melquiades Morales, se metió hasta las entrañas del pandemónium.
Como pudo, resbalando en ocasiones, perdiendo el equilibrio en otras, Zedillo recorrió palmo a palmo lo que quedó de La Aurora, que fue casi nada.
La colonia en donde 107 personas murieron aplastadas y asfixiadas por un alud de lodo, escombro y agua.
El mismo sitio donde el Ejército realizaba la macabra tarea de rescatar en pedazos los cadáveres de las víctimas.
Todavía hay por ahí algunas fotos que dan de fe de ello.
Sin poses, total y sinceramente conmovido, ante la sorpresa del propio Melquiades Morales, el presidente Zedillo constató la magnitud de la tragedia adentrándose en el fango, en la cloaca.
No como Peña Nieto, quien prefirió “acercarse” al caos causado por Earl en Puebla, desde la comodidad de su helicóptero.
La puntual crónica de Mario Galeana en 24 Horas Puebla sobre la visita del presidente a Huauchinango, es reveladora en ese sentido:
“Debería ir a ver las colonias cómo quedaron”, dice un hombre de bigote ralo al presidente.
“Sí… sobrevolamos la zona y vimos cómo quedó todo”, le contesta.
“El hombre queda con un gesto de desconcierto.
“Desconoce cómo luce la devastación desde los aires, tal como Peña Nieto desconoce cómo luce la devastación a ras del suelo” (sic).
Vaya paradoja:
Zedillo, el “tecnócrata”, el hombre gris de mirada gris, sí tuvo en su momento la sensibilidad de la que hoy careció Peña Nieto, el “político”, el genio de la mercadotecnia.
Fue el día que Peña Nieto no quiso ensuciarse los zapatos.
Ni arrugarse la camisa.
El día que Peña Nieto no quiso ser Zedillo.
Mejor se hubiera ahorrado la visita.