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Agua oscura (Cuento)

Una noche de luna, Richard Bretbert, El Orador de las Montañas, caminaba cerca de El Gran Lago. Las plantas aleteaban a su paso bañadas de luz blanca y azul, y el mundo en ese instante sólo era un esbozo y susurraba. Escuchó un chapaleo a lo lejos y se volvió para mirar apenas el arco de agua que dibujó en el viento un pez de plata o una ráfaga de luz de luna. El ruido se prolongó acompasado en el agua y saltó de las orillas hasta sus oídos.

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Los hombres de agua (Cuento)

Entre los hombres de agua era común anhelar la disolución o el descanso continuo. La inmovilidad los fascinaba, porque podían entonces tatuarse la piel con el reflejo de aves o flores y, los más diestros, con alguna cara de la luna y un rastro vago de constelaciones. Desde luego, eran seres escurridizos, y no es un adjetivo gratuito, sino un intento de ejemplificar de algún modo su condición más íntima.