La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam 

Andrés Manuel López Obrador tiene un sueño morboso:

Quiere vivir en Palacio Nacional.

Más explícitamente:

En la cama en la que murió Benito Juárez.

Juárez vivió sus últimos días montado en el potro del insomnio, deambulando por Palacio Nacional como un alma errante.

(Caminaba por los umbrosos pasillos huyendo de no sé qué fantasmas).

Cuando muere tenía sesenta y seis años.

López Obrador, quien va a ganar la Presidencia de México el 1 de julio, llegará a Palacio Nacional a sus sesenta y seis años recién cumplidos, y lo primero que hará —no lo dude el hipócrita lector— será pedir que restauren la habitación en la que Juárez fue víctima de sus insomnios para ocuparla con su esposa Beatriz.

Suena morboso, pero Juárez está metido en la obsesión de quien no tiene otro héroe a la altura del arte.

Quiere ser Juárez —ya lo es un poco—y pretende gobernar con las luces, no las sombras, del Benemérito.

En algo se parecen AMLO y don Benito.

Y cito a Christopher Domínguez para cuadrar la analogía:

“La dimensión de Juárez se mide por la grandeza de sus camaradas, rivales y enemigos, de los Lerdo de Tejada al propio Maximiliano, pasando por Melchor Ocampo, Santos Degollado, Guillermo Prieto, Porfirio Díaz, Miguel Miramón”.

Cierto:

La dimensión de un hombre se mide por la grandeza de sus amigos y sus enemigos, pero los enemigos de López Obrador son más grandes y luminosos que sus camaradas.

Estos últimos se han venido achaparrando conforme avanzan los días.

En cambio, sus enemigos van a la alza.

Ahí están los horrorizados banqueros que descubrieron que AMLO cada día se parece más al Juárez de los insomnios.

No está mal cumplir un capricho con tal de llegar a dormir a la cama de don Benito, pero qué alto será el costo.

(La andanada en contra del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México es sólo una muestra de lo que viene).

AMLO es profundamente autoritario —en eso también se parece al Benemérito— y sublimemente ingenuo —en eso se parece a Francisco I. Madero.

En una reciente entrevista, muy esquizofrénica, López Obrador admitió que quiere ser como Juárez y Madero.

Lo está logrando.

Un adicto suyo, Lorenzo Meyer, dice que Juárez no tuvo empacho en darle golpes durísimos a levantamientos populares.

No sería descabellado pensar que en aras de parecerse a sus héroes tuviera un fuete en una mano y una ouija en la otra.

Jesús Silva-Herzog Márquez, cordialmente odiado por AMLO escribió desde la sensatez estas palabras que tiran la estatua del maderismo:

“Creo que en el sentido democrático de Madero hay un simplismo extraordinario: la idea muy elemental de que el asunto es simplemente el sufragio efectivo más la no reelección, y que las instituciones simplemente se pongan a andar. La sucesión presidencial fue un libro pertinente, pero es un libro muy elemental sobre política. Yo no encontraría ahí ninguna referencia sobre las complejidades que México enfrenta hoy en materia democrática: las complejidades de la gobernabilidad, de las reformas institucionales, de los poderes reales”.

Abundando sobre la ingenuidad de Madero, Soledad Loaeza escribió:

“La ingenuidad de Madero no está en la audacia, que quizás era irresponsabilidad, como muchas veces le hicieron notar su papá, su abuelo, sus parientes; la ingenuidad de Madero se dio después, una vez que ya era gobernante. Hay un Madero líder de la revolución, y luego hay un Madero presidente, y ese Madero presidente sí es un hombre de una extraordinaria ingenuidad. Basta ver su incapacidad para percibir la malicia en Victoriano Huerta, el peso del antiguo régimen sobre su presencia en el poder”.

Demasiadas, perturbadoras, semejanzas.

 

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