La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam 

El debate de candidatos mexicanos tuvo exceso de cartulinas, Cabrito Western, violaciones al Manual de Carreño, sobre actuaciones en el mejor estilo Silvia Pinal (y sus casos de la vida real) y asesinato masivo del idioma español.

Al terminar de verlo, muchos pensamos: es lo que hay.

Que el candidato que encabeza las encuestas haya elegido administrar su ventaja a lo largo del debate, está bien.

Es su derecho.

Lo que no se vale es que nos haya recetado tantos lugares comunes en su tabasqueño crepuscular.

Menos aún: que haya evadido preguntas claves sobre temas de interés público.

Muy su gusto si después de acusar de “corrupto” a Alfonso Romo lo invita a comer a su casa.

El problema surge cuando amenaza con hacer de ese “corrupto” su jefe de Gabinete.

Y peor: si oculta las razones que tuvo para perdonarlo y beatificarlo.

Ricardo Anaya le preguntó a López Obrador cómo se había dado esa singular transición.

No hubo respuesta.

No se le dio la gana.

AMLO se presentó al debate de mal humor.

Ya lo sabemos: no le gusta convivir con los cínicos de la Mafia del Poder.

Los detesta.

Detesta al Bronco, a Anaya, a Meade, a Margarita, a Denise Maerker, a Sergio Sarmiento, a la locutora de Milenio.

Detesta a los invitados especiales de todos estos.

Nomás faltaba que llegara con buena cara.

Llegó mal y de malas, arrastrando los pies, cargando sus cartulinas, posando para la foto oficial.

Y así se la pasó todo el debate.

Mal encarado.

Y cuando creía que no estaba a cuadro, buscaba cartulinas que nunca encontró.

Por eso los memes —maquilados seguramente por la Mafia del Poder— lo retrataron como si se estuviera durmiendo.

El resto de los candidatos se la pasó aludiéndolo y señalándolo abiertamente.

¿Por qué sería?

Pues porque es el que lidera las encuestas.

Ridículos se hubieran visto los demás candidatos pegándole a Margarita o al Bronco.

No había tiempo para eso.

El caso es que AMLO llegó de malas, se la pasó de malas y respondió de malas cuando se le pegó la gana.

Luego agarró su maletita negra y se fue sin despedirse mientras los demás permanecían en sus lugares.

Seguramente no sabía —o sí lo sabía y no le importó— que con esa huida violaba abiertamente el Manual de Urbanidad y de Buenas Costumbres de Manuel Antonio Carreño.

Ya sabemos lo que iba pensando: no le gusta estar con cínicos y corruptos, salvo si éstos se apellidan Romo, Gordillo, Bartlett, Moctezuma, Gómez Urrutia, Monreal, Ímaz, Bejarano,

Padierna…

Lo más conmovedor fue verlo en un video subido a medianoche —grabado en la semi oscuridad de su biblioteca—, lamentando no haber podido responderle a Anaya todas sus calumnias.

Eso sí que dolió.

No a mí.

No al hipócrita lector.

A la Suave Patria sumida en la desesperanza.

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