Por Dulce Liz Moreno

Ninguna vecina se salvó de pedirle fiado, no existió problema que no resolviera ni hubo persona pobre que saliera de su negocio sin la panza llena y hasta con itacate. Doña Benny lo pudo todo.

A las cuatro de la mañana, la regadera anunciaba que el día ya caminaba. Bien lo recuerda Lucy, la hija mayor de la Chapulín Colorado de la colonia, la capilla y la familia.

Doña Benny, con su esposo, los dos nietos mayores y la sonrisa que recibía a sus clientes en la cocina.  CORTESÍA LUCY SÁNCHEZ
Doña Benny, con su esposo, los dos nietos mayores y la sonrisa que recibía a sus clientes en la cocina.
CORTESÍA LUCY SÁNCHEZ

Doña Benny, ya bañada, se tomaba su tiempo para maquillarse, sobre todo los ojazos jalea real que le tocaron y heredó a su prole. El vestido estaba cada día impecable, aunque el mandil lo cubría  16 horas diarias.

“Lo que ve la gente al entrar al negocio es mi cara; siquiera que esté arreglada”, decía la mujer que vivió detrás de peroles de los que servía hasta 400 comidas por día, y  que gestionaba, al mismo tiempo, la solución de problemas de los demás.

“Que si la muchacha se quería ir con otro señor y dejar al marido, que si le robaron a la que construía su casita, que si se le fue a la otra la señora de la tanda… toda la gente salió con esperanza”, recuerda Lucy Sánchez.

Doña Benita Padilla Fajardo tuvo siete hermanos, suficiente entrenamiento para desafiar lo imposible.

Y coraje para la vida: le dijeron que por una malformación de su ojo derecho tendría problemas y ello no la hizo menos devoradora de libros. Le advirtieron que tenía mal oído y fue la alumna más destacada de los cursos de apreciación musical de Sergio Berlioz. Su gente que la extraña, tras su partida, cree que aconseja a los ángeles agüitados y les afina las liras.

Lucy, la hija que no olvida al mujerón que fue su mamá
Lucy, la hija que no olvida al mujerón que fue su mamá

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