La Quinta Columna 
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam 

Miguel Barbosa despertó temprano.

Doña Rosario, su esposa, desayunó con él en su casa de Tehuacán.

Votó, saludó a algunos amigos y regresó a la ciudad de Puebla.

Al Crowne Plaza de Hermanos Serdán empezaron a llegar los encargados de recopilar las actas.

El candidato se reunió con ellos y checó que todo estuviera en orden.

Hizo un par de llamadas a sus coordinadores del voto.

También habló con los encargados de las regiones.

Yeidckol Polevnsky le pasó los datos de una primera encuesta de salida hacia las 11:30 de la mañana.

Sus números coincidían con los suyos.

A esa hora ganaba por doce puntos.

Estaba de buen humor.

Un paisano suyo —Toño Fernández— le habló para desearle la mejor de las suertes.

—Gracias, paisano. Pronto vamos a ir a comer a La Lonja para celebrar esta victoria.

Angie, su particular, le pasaba mensajes de todo tipo.

La mayoría hablaba de que había un buen flujo de votantes.

Doña Rosario lo tomó de la mano y le recordó que a esa misma hora la elección del año pasado ya tenía signos de violencia.

—Ésta va muy tranquila. No hay señales de que se vaya a complicar —le dijo él.

Hablaron también de cuando se inició en la política.

Con cierta nostalgia recordó a algunos ex compañeros suyos del PRD.

A la charla salieron Los Chuchos y algunas otras anécdotas ligadas al tema electoral.

Las risas afloraron.

Al grupo se sumó Ramón Ramón, su asesor general de la campaña electoral.

Compartió con ellos algunos datos.

Barbosa le contó cómo se conocieron él y su mujer.

Nuevas risas.

A la una y cuarto llegaron nuevas encuestas de salida.

El porcentaje había aumentado a 15 puntos.

—A este paso vas a terminar en 20, candidato.

Ramón Ramón le preguntó sobre el lugar en el que vivirá una vez que sea gobernador.

—Alquilaré una casita cerca del centro de la ciudad.

—Deberían vivir en Casa Puebla. La gente no lo va a ver mal —dijo el consultor.

—No. Para nada. Sería fallarle a la gente. La austeridad republicana de Andrés Manuel ya está permeando. No podemos decir una cosa y hacer otra.

—¿Y despacharás en el CIS, candidato?

—Me gusta más el antiguo Palacio de Gobierno. Está en la avenida Reforma. ¿No lo conoces? Lo vas a conocer conmigo.

Yeidckol Polevnsky le habló para decirle que iba a tomar la autopista para acompañarlo en la celebración.

El candidato le dijo a su esposa que Yeidckol era su gran aliada.

Juntos —ya sin Ramón Ramón— hicieron el recuento del último año y medio.

Doña Rosario hizo su propio resumen.

Se emocionaron con las altas y bajas de esos meses.

Su hija Rosario se unió a la charla.

También Javier Pacheco.

El candidato le agradeció tomándole de la mano:

“Gracias por todo, querido Javier”.

Los recuerdos continuaron.

Una sonora carcajada selló la hora de la nostalgia.

Los números siguieron cayendo mientras comían en el restaurante Moncayo del Crowne Plaza.

Nacho Mier se sentó con ellos.

El optimismo iba a la alza.

Veinte puntos era la ventaja que tenía a eso de las cinco de la tarde.

—Se va a cerrar a quince. Los panistas están votando —dijo el diputado Mier.

Barbosa lo miró escéptico.

—También está votando nuestra gente, Nacho. No nos vamos a mover de veinte. Ya lo verás. Me canso, ganso.

Yeidckol llegó con sus propios números cuando las casillas empezaban a cerrar.

Coincidían con los del candidato.

—Puedes llegar hasta los veintiún puntos, mi futuro gobernador.

El celular empezó a sonar ya con resultados preliminares.

Doña Rosario anotaba los números que iban surgiendo.

Una voz de Palacio Nacional le dijo que tenían datos incontrovertibles en el sentido de que la victoria era contundente.

—Te va a hablar el presidente, candidato. No nos dejes de contestar.

El Crowne se empezó a llenar de gente.

Un mariachi sonó por ahí.

Yeidckol Polevnsky reía a carcajadas.

El presidente López Obrador le habló directamente.

—¡Felicidades, Miguel, ya eres el gobernador de Puebla! ¡Un año tardaste en llegar, pero llegaste al fin!

Miguel Barbosa se emocionó al instante.

Unas lágrimas tenues empezaron a recorrer sus mejillas.

Sintió una mano en la espalda que lo acariciaba pacientemente.

De reojo vio que era doña Rosario.

Cerró los ojos.

Una larga carretera para llegar a ese momento había sido transitada por ambos.

Agredeció las palabras del presidente.

Dejó el celular en la mesa.

Tomó el rostro de su mujer, le dio un beso y le agradeció con lágrimas en los ojos.

El mariachi entró de lleno hasta el Crowne Plaza.