Al mediodía del lunes, Rosy había dispuesto sobre una esquina tres amplias rejas metálicas sobre las que colgó un amasijo de rostros desinflados, máscaras iridiscentes brillando bajo el sol. Entre el collage, pendiendo de una esquina, cuatro máscaras cadavéricas se confundían entre el resto.

Eran máscaras de La Parka, el mítico luchador que el 11 de enero falleció a causa de una falla renal. Murió a los 56 años, siendo “icono y leyenda”, según un comunicado emitido por la Lucha Libre AAA.

Supuse que su deceso sería un boom de ventas para los comerciantes de la Arena Puebla, pero cuando se lo planté a Rosy, ella me escuchó más bien desencantada.

—En realidad siempre ha sido de las máscaras que se venden mucho —me explicó—. Junto a la de El Santo o la de Blue Demon, todas esas máscaras de luchadores clásicos.

Rosy dijo que había conocido a La Parka años atrás, una tarde en la que, horas antes de que iniciara la función, el luchador se apeó de su carro —portando su máscara, claro— y fue hasta su pequeño puesto para observar su mercancía.

No observó las máscaras con recelo, y simplemente quiso saber quién las hacía. “Las hacemos yo y mi esposo”, le dijo ella. El otro —Rosy imagina— sonrió en la oscuridad de la máscara.

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—Mi marido también es luchador. Se llama Murciélago Extreme, y por él he conocido a varios otros luchadores. La Parka era muy amable. En cambio, el otro, ¿cómo se llama? L.A. Park era muy especial y no se quiso tomar fotos con nadie.

Más tarde, durante la noche de este lunes 13, cuando en los alrededores de la Arena Puebla ya había una algaraza en la que se mezclaban el trajín de los carros, los gritos de los vendedores de cemitas y el barullo de los asistentes, abordé de nuevo a Rosy.

—¿Cómo se han vendido las de La Parka? —pregunté.

—¡Bien! Pero sin exagerar —contestó, y siguió a lo suyo, ofreciendo máscaras y pequeños muñecos a quienes avanzaban hacia la Arena.

A lo largo de toda la función no hubo minuto de silencio ni homenaje alguno a La Parka ni a su legado. Quizá sea porque pertenecía a la AAA y el espectáculo era organizado por el CMLL. Los técnicos perdieron la lucha estelar. El Místico terminó sin máscara. Y todo fue una simple noche de lucha libre.

Busqué a aquellos a los que Rosy pudo venderles una máscara. Sólo hallé dos: un tipo sentado en la segunda fila, frente al ring; y un pequeño niño balanceándose en la oscuridad de las gradas.

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