Hace tiempo que conozco a Tamara Sosa y desde entonces nuestra amistad ha tenido que ver con los libros. Y ahora no es la excepción. Tengo en mis manos un ejemplar de “En las noches de Cleo”, un relato recién publicado con una portada de Celeste Jaime Padilla y un prólogo de Omar Arriaga Garcés. Y no está por demás, anotar el texto de contraportada que escribí a esta primera edición: ‘En las noches de Cleo asistimos a la historia que cuenta Niña, una mujer que fue entregada desde pequeña a una casa ajena, quizás por el desprecio, la orfandad o la pobreza, como sucede con un maravilloso personaje en una novela de Michela Murgia, que también es Figlia d’anima. Niña, cómo le diera el nombre su destino, vive su vida en la casa donde el azar la abandonó. Y podemos comprobar en esta historia, la habilidad de Tamara Sosa, para lograr que en la trama, lo esencial no sea aquello que se dice, sino lo que se calla, y como sucede en las grandes obras, los secretos de los personajes construyen una trama donde la desgracia se fragua como las grandes desgracias que se ciernen un día sobre los predestinados a la desdicha. Estamos ante un relato en el que la vida de lo íntimo y las noches, son el zumo de la historia. Al relato de Tamara Sosa, lo sostiene también una prosa ágil y precisa, que se alimenta de la oscura poética del erotismo y la melancolía.’

Tamara es miembro de mis talleres de escritura, talleres que tienen arriba de 25 años trabajando y sobre todo, produciendo obra literaria. Y como no es común que se reconozca esta labor que no solo hay sido mía, lo menciono con toda legitimidad yo mismo, porque ha sido una labor de acompañamiento a muchas personas que han trabajado arduamente, y sin duda, “En las noches de Cleo”, es uno más de los muchos libros que han salido con la frente en alto de mis talleres y es imposible no sentir alegría y un sano orgullo.

Con Tamara trabajamos desde el primer día que llegó a mi taller. Y en ininterrumpidas reuniones semanales –como es el trabajo ordinario que hago con mis alumnos–, a base de ejercicios –que es otra de las muchas estrategias personalizadas que planeo–, se fue tramando “En las noches de Cleo”. Un año de trabajo le llevó a Tamara lograr el relato y otros meses de revisión que se terminaba justo cuando la película de “Roma” lanzaba cohetes al cielo. Y con Tamara dudamos en el nombre de la protagonista de ambas historia. Cleo, el personaje de Tamara Sosa, ya estaba viviendo antes que la que viéramos en la pantalla que representara Yalitza Aparicio y reventara las marquesinas de la publicidad. Aquí quiero anotar, que los nombres de los personajes son los que son y se vuelven inamovibles cuando llegan con toda propiedad a las páginas de la literatura. Nadie le puede cambiar el nombre a un personaje que ha sido nombrado ya por su genuino destino. Nadie puede quitarle el nombre a un ser que lo es, que tiene rasgos humanos de llamarse así, como fue llamado. Cleo fue Cleo y no había película que le hiciera cambiar uno de los elementos centrales de la personalidad que se había logrado el personaje. Y quiero abundar sobre el personaje, que no está demás. “Niña”, que es el personaje que narra la historia de Cleo y la mamá de Cleo y esa oscuridad en la que ve pasar su vida, es un factor importantísimo en este relato. El dibujo del personaje –gracias al lenguaje que podría parecer costumbrista– nos hace verlo con la claridad necesaria para reconocer en ella, la orfandad, la soledad y una sumisión que tendrá su recompensa. La atmósfera que tiene el hecho de que los personajes maquillen y arreglen muertos y organicen fiestas de quince años, les hace atractivos para una observación cuidadosa entre esas paradojas en las que la gente –habitantes de pueblos pequeños– puede vivir sin percibir lo extraño de sus maneras de ganarse la vida. La funeraria de la madre de Cleo y madre postiza de “Niña”, me parece un acierto, porque hay en ello una mirada a la muerte que estremece.

Tamara Sosa es una autora joven (1984) escudriña en el mundo pueblerino que tan erráticamente fue tratado por los imitadores del costumbrismo y el realismo del siglo XIX. Seguidores de Juan Valera, José María Pereda entre otros, un siglo después erraron el camino. Pienso en “El sombrero de tres picos” que a lo largo del siglo XX, tuvo muchos epígonos que por supuesto, con todo y su literatura almibarada, arrojaron sus imitaciones al abismo del olvido. Por el contrario, en este relato de Tamara Sosa, hay una apuesta por explorar ese mundo que ahora sigue latiendo en la sociedad del siglo XXI con una mirada que va más adentro de los que el costumbrismo ni siquiera se atrevió a sugerir. Y allí está también el valor de esta primera obra de Tamara Sosa.

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS PUEBLA

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