Una vez que se levante el confinamiento podríamos preguntarnos hacia dónde vamos, buscaremos más libertad o pediremos mayor control. La gente ansiosa pregunta ¿qué vas a hacer una vez que todo esto termine? Cuando las preguntas correctas deberían ser: ¿Va a terminar?, ¿podrás hacer lo que dices que te gustaría hacer?

La pandemia nos sorprendió con dos movimientos sociales en la espalda muy importantes. Me refiero a las movilizaciones estudiantil y feminista. Ambos, aunque de naturaleza diferente, convergen en un punto esencial, el reclamo de mayor seguridad al Estado.

Estas iniciativas populares lograron paralizar las actividades. Las mujeres en todo el país y los estudiantes en Puebla. Pero como golpe del destino, ambas fueron neutralizadas por la pandemia.

Es importante ver cómo estudiantes y mujeres se recluyeron. Los estudiantes, que tenían tomadas instalaciones en las universidades públicas de Puebla y Ciudad de México, fueron los últimos en claudicar ante el temor de contagiarse por el Covid-19.

Sin embargo, los movimientos feministas fueron los primeros en perder la brújula. Es curioso ver cómo en particular una corriente que exige con toda razón la emancipación, para tomar el control absoluto de su cuerpo sucumbió ante el Estado (patriarcal) para pedir que controlara el cuerpo de otros y desde luego, el suyo. Lo sabíamos, lo sabían ellas, que el mancillador de su cuerpo biológico, psicológico y social, no tiene cara extraña, su rostro es muy familiar. Les sopla en el cabello. Y aun así se recluyeron y exigieron que los demás se recluyeran.

Desde aquí podríamos partir para suponer, como lo hizo Byung-Chul Han casi al inicio de la pandemia, que la ganancia para la biopolítica será tener más control sobre los cuerpos. Francia es un buen ejemplo de ello. Será legal el uso de la app Stop Covid, que informa a través de Bluetooth si te has cruzado por el camino con algún infectado, para que acudas al médico y frenes la cadena de contagios. Antes de este candado, ya en México —al igual que todo el mundo— Google, Facebook, Twitter, ya le entregaban a los gobiernos los datos concentrados sobre la movilidad personal, sin que nadie pueda oponerse a esta acción, más que la de dejar de usar, o mejor dicho, dejar de ser usados por los dispositivos electrónicos.

Cuando el VIH se convirtió en epidemia en Estados Unidos, el presidente Ronald Reagan propuso que a los inmigrantes se les aplicaran pruebas sanguíneas para detectar posibles infectados. Incluso se pensó en expulsar de las escuelas a los niños con VIH.

Abordamos en un ensayo previo cómo la higiene ha justificado, incluso más que la ira o la bendición de Dios, el exterminio de los pueblos. Así como en la historia los judíos fueron tratados como los otros amenazantes a los que hay que evitar, atacar y nulificar, hoy los infectados por coronavirus podrían adquirir una nueva ciudadanía, que debe ser expulsada, de las casas mismas.

A propósito de la pandemia Jean-Luc Nancy le recuerda a Giorgio Agamben que 30 años atrás cuando le afectaba una enfermedad coronaria, el filósofo italiano le recomendó que no escuchara a los médicos que le sugerían que se hiciera un trasplante de corazón. Lo que Agamben pedía a Nancy era que viviera la vida que tuviera que vivir, de una manera ética, sin sucumbir a los controles de la biopolítica. Pero hasta para un filósofo como el francés, que tanto ha escrito sobre el cuerpo, es difícil vencer esta tentación.

Los opuestos por donde se transita hacia una nuev(a)normalidad  lo representa muy bien el futbol. En Corea del Sur los equipos regresaron a la competición. A puerta cerrada. Pero en un partido se llevaron muñecas de silicona, que se asocian en una cadena de significantes con lo sexual. En Alemania (otra vez Alemania), por el contrario, se colocaron aficionados de cartón, fotos de personas reales que nos recuerdan a las cédulas de identidad.

Esta es la pregunta válida. Vamos a renunciar a la libertad en aras de un mayor control que nos garantice —si es que puede— más años de vida. O vamos a tomar la vida éticamente e impedir que sea vaciada y quede desnuda, expuesta en un carnet de datos biométricos que se lleven en el móvil a cualquier parte a la que vamos. ¿Vamos a apostar por la diferencia sexual o por la identidad imaginaria?

 

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS PUEBLA

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