Seguramente, alguna vez en su vida, ha soñado que, en medio de una reunión importante, o en sus actividades cotidianas en el trabajo o en la escuela, de pronto, al estar frente a todos, por alguna extraña razón aparece sin ropa. ¿Qué ocurre, en el sueño, en el instante cuando se percata de su desnudez, corre, se queda parado, se ríen de usted?, en el mismo sueño, ¿qué sentimiento le provoca, angustia, vergüenza, desesperación?

Este pasaje onírico parece ser uno de los que más se repite en la historia de las personas. Y al parecer ha estado siempre presente en la historia de la humanidad. El gran poeta del simbolismo francés, Stéphane Mallarmé, escribió sobre los espejos del agua:

“…Pero, horror, algunas noches, en tu fuente severa,

He conocido de mi sueño confuso la desnudez!”.

Espejo y desnudez. Como el horror de ser descubierto.

El mismo Sigmund Freud tiene ese sueño de encontrarse desnudo. En su libro La interpretación de los sueños, lo narra así: “Con una toilette muy incompleta salgo de una vivienda de la planta baja y trepo por la escalera hasta el piso superior. Voy saltando los escalones de tres en tres y me regocijo de poder subir las escaleras con tanta agilidad. De pronto veo que una mujer de servicio baja por la escalera y entonces viene a mi encuentro. Me avergüenzo, quiero apresurarme, y ahora aparece aquella parálisis, me quedo clavado en los escalones y no me muevo del sitio.”

En la elaboración que hace Freud para el autoanálisis de su sueño, acepta que ha sentido vergüenza al encontrarse semidesnudo. Dice que este sentimiento experimentado durante el sueño tiene que ver con los deseos reprimidos sobre su deseo sexual. Reconoce en la mujer de su sueño, a una conserje mayor, que cuida el edificio al que acude para atender a una paciente. Si aplicamos la enseñanza que nos dejó, el sueño tendría sentido como la vergüenza que le provoca aceptar que siente deseo sexual por una mujer mayor.

Freud ubica a la vergüenza del lado de la neurosis obsesiva. Él atiende a un paciente de 25 años, casi imposibilitado de caminar, que tiene que esconderse tras las faldas de su madre, para no mostrar su andar arrastrado, que tiene desde los 13 años. En la edad escolar, su paciente, un día mojó la cama y la madre amenazó con contar el episodio a su maestro. Gracias al análisis se desprende que el haber orinado en la cama, fue en realidad un sustituto de la polución nocturna, igual o peor de asumir como una expresión natural. La vergüenza, pues, lo acompaña a todos lados y le impide caminar libremente.

Para el psicoanálisis la vergüenza entonces sería “miedo al saber de los otros sobre la acción reproche”. Es decir, una representación que encubre el temor que tenemos sobre la posibilidad de que otros descubran nuestros deseos más “oscuros” y nos vayan a señalar por ser sus poseedores.

Aquí, la filosofía nos da otro aporte. Emmanuel Lévinas escribe que la desnudez del cuerpo no es la de una cosa material, sino “la desnudez de nuestro ser total, en toda su plenitud y solidez, de su expresión más brutal, de la que no podemos sino tomar nota”. Por eso es que nos provoca vergüenza. Y “lo que aparece en la vergüenza es por tanto precisamente el hecho de estar clavado a uno mismo, la imposibilidad radical de huir de sí para ocultarse de uno mismo, la presencia irremisible del yo a sí mismo”.

La vergüenza es uno de los mayores obstáculos que se enfrentan las personas a la hora de solicitar un análisis. E incluso, durante el proceso analítico mismo. Hay temor a re-conocer-se en eso que están sintiendo y que en algún momento habrán de decir. Como si el no ir a sesión, no apalabrarlo, nos pudiera librar de lo que vamos siendo. Podremos recurrir a síntomas, como arrastrar las piernas al caminar, mojar la cama, maquillarnos, hacernos cirugías estéticas y reductivas, pero tarde o temprano, el ser se presentará en el espejo del agua para recordarnos nuestra propia vergüenza en el existir.

 

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS PUEBLA

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