Corría un lunes de 1997, y en Contacto Deportivo de Televisa Puebla escuché: Julio César González Montemurro, nuevo técnico del Club Puebla. El sábado era comida en casa de la abuela y la calle nos esperaba para pelotear y sacar de quicio a los vecinos, al oír retumbar sus portones.

En uno de esos balones que uno intenta prender de volea, pero que le sale a cualquier parte menos a la portería, invadimos la casa de enfrente. Notamos que eran vecinos nuevos y rogábamos que no fueran gruñones y nos devolviera la pelota.

De pronto salió un señor bajito y de bigote -¿niño, es tuyo este balón?- mientras su hijo, de casi los mismos 11 años, merodeaba el balón pidiendo que lo invitáramos a jugar. Aquel señor me pareció conocido y confirmé mi sospecha unos minutos después cuando arribó el ídolo de todos los enfranjados de la época: Gerardo Rabajda. Ya no llevaba esa cabellera imponente, pero se le reconocía a kilómetros. Casualmente, ese día yo llevaba la playera de arquero de Gerardo, aquella negra con franjas amarillas y naranjas en los brazos -¡gran camiseta!-, me dijo con una sonrisa.

Esperé por más de dos horas sentado afuera de la casa a que saliera y pedirle que jugáramos al menos 5 minutos. Se asomó por la puerta, visiblemente apurado; sin embargo, lo abordé y le dije –Rabajda, a que no me paras un penal-. Se puso en posición, el arco eran dos portones y por supuesto, el disparo lo contuvo con facilidad. –Pronto nos vemos por acá, aseguró con una palmada en la espalda y un apretón de mano.

Desde entonces, cada sábado iba a casa de Don Julio a buscar a su hijo (Javier me parece que se llamaba) para jugar a la pelota y distraernos con el Nintendo 64 mientras esperaba a que llegara Gerardo, para por fin anotarle un penal. Volvió 2 veces más, en una de esas peloteamos más de la cuenta, rompimos un par de macetas, dejamos rastro de la reta en varios automóviles y los vecinos salían desquiciados por tanto grito y golpeteo en sus casas. Pero qué importaba, un niño común y corriente estaba jugando al futbol con su ídolo, Gerardo Rabajda, uno de los mejores arqueros que ha llegado a la Franja.

Todo esto viene a cuento al ver las imponentes actuaciones de Antony Silva en la portería del Puebla. Penales atajados a Chivas, Atlas, Rayados y lances espectaculares en cada partido. Hacemos la odiosa comparación, pero es inevitable no poner al paraguayo en la mesa de las leyendas camoteras en apenas 3 torneos. Pasó el más grande Pablo Larios, además de los históricos como Ignacio Sánchez Carbajal y Moi Camacho, así como las últimas dos figuras, Cristian Campestrini y Nicolás Vikonis, pero la relevancia y trascendencia del guaraní pocos la han tenido.

Hoy veo a los chavitos queriéndose parecer a Silva y me representan. Veo esa ilusión de ponerte la camiseta del ídolo, de atajar como él, de aplaudirle cada lance y soñar con conocerlo alguna vez y pasar una tarde tirando penales.

 

Por Alfredo González

@AlfredoGL15

Pan y Circo