José López Portillo y Pacheco, el Presidente de la República (1976-1982) que prometió “administrar la abundancia” petrolera del país, que ofreció que defendería “el peso como un perro”, pero que terminó llorando en su último informe por haberle fallado a los mexicanos, vivió los cinco minutos más largos de su vida -según sus propias palabras-, al lado de un poblano.

El hombre que fue atleta y que en privado presumía de su gran potencia sexual entregó la Banda Presidencial a Miguel de la Madrid Hurtado el 1 de diciembre de 1982, en el casi recién estrenado, en 1981, Palacio Legislativo de San Lázaro, en los terrenos que fueron el patio de maniobras de la estación de trenes del mismo nombre.

Los protocolos y el ceremonial presidencial vivían, con el priato hegemónico, su esplendor y el sistema se había dado incluso el lujo de aprobar, en 1977, una reforma electoral que permitió los primeros cien diputados federales plurinominales, para permitir así que la oposición ocupara curules de representación proporcional.

Apenas el 1 de septiembre de ese 1982, llegó a San Lázaro, por el Distrito I (entonces eran identificados con números romanos) de Huauchinango, el poblano Mariano Piña Olaya, que en 1987 se convertiría en gobernador de Puebla.

El abogado, quien había encontrado en el litigio privado en la Ciudad de México la abundancia económica, miraba de soslayo y con recelo la actividad política, de la que había huido por sus malas primeras experiencias.

Sin embargo, atendía ahora el llamado de su amigo y compañero de juergas juveniles y de banquillo en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de México (UNAM), quien llegaba a la Presidencia: Miguel de la Madrid.

Piña, renuente en un principio a ocupar la curul y, además, sin experiencia previa, la entonces Presidencia de la Gran Comisión de la Cámara Baja, para ser también Presidente del Congreso General, acudió al llamado de Miguel, su amigo, su cuate, su hermano en el simbolismo sólido de la amistad.

Nunca antes y nunca más, hasta ahora, un poblano ha sido presidente de San Lázaro. Lo más lejos que ha llegado un oriundo del estado es cuando el hoy gobernador Miguel Barbosa Huerta fue el presidente del Senado de la República.

En aquel miércoles 1 de diciembre de 1982, Mariano tuvo el encargo y el honor, encomendado por el propio Miguel, de ser quien pasaría la Banda Presidencial del mandatario saliente, José López Portillo y Pacheco (Jolopo, acrónimo que usaban los diarios de la época), al entrante, De la Madrid Hurtado (MMH).

También, por una coincidencia, salvó a su amigo de caer en un ridículo histórico, pues al momento que debía recitar el texto de la rendición de protesta constitucional, los miembros del Estado Mayor Presidencial, y el entonces secretario particular de Jolopo, el hoy legendario Emilio Gamboa Patrón, entonces muy joven el yucateco, se miraban y desconcertados se buscaban en los bolsillos, pues nadie traía consigo escrito el texto en papel.

Mariano, con pausa, lo sacó de la bolsa interior derecha del saco, para dárselo a Miguel: “Protesto guardar y hacer guardar la Constitución…”

Antes de todo ello, en un hecho que está en la memoria de los reporteros más veteranos, ya nadie en activo, de la fuente legislativa, y pinta el agotador fin del sexenio: Jolopo llegó antes que De la Madrid. Se sentó junto a Piña e inquieto miró para todos lados, se movió con disgusto en la curul y se llevó la mano al rostro.

“Ya no tarda el Presidente, llega en unos cinco minutos”, le dijo el poblano a López Portillo, quien sin devolverle la mirada contestó: “van a ser los cinco minutos más largos de mi vida”. Posiblemente lo fueron.

 

@Alvaro_Rmz_V

Piso 17 escribe Álvaro Ramírez Velasco