El derecho a la oscuridad está en camino a convertirse es un nuevo instrumento fundamentado en la dignidad humana, al menos así lo reclaman autores críticos como Razming Keucheyan, que plantean una reivindicación como derecho a la oscuridad, al señalar los efectos y externalidades de la contaminación lumínica como un flagelo de nuestro tiempo.

El reclamo obedece al creciente desarrollo urbanista que provoca en la luz artificial la desaparición de la oscuridad y la contaminación con partículas finas, desechos tóxicos o perturbadores endócrinos. Lo que inicialmente fue desarrollo de urbes, el alumbrado público permitió la diversificación de actividades humanas nocturnas que conllevan no sólo el enriquecimiento de sociedades, también la migración de aves que al percibir el halo luminoso que provoca la luz artificial y envuelve las ciudades desorienta su vuelo y las incita a migrar provocándoles la muerte. Lo mismo sucede con algunos insectos que son atraídos por la iluminación.

Y es que la luz natural es un mecanismo de atracción o repulsión que provoca comportamientos a especies animales, así como a diferentes plantas que con la intensidad y duración de la iluminación emulan estaciones provocando alteraciones en los procesos bioquímicos de las plantas y que se preparen para el invierno.

La contaminación lumínica no solamente afecta el medioambiente, también lo hace con el ser humano que por el exceso de la luz demora la síntesis de la melatonina, provocando dificultades para conciliar el sueño y alterando los relojes biológicos, cuyos ciclos están determinados por el día y la noche. El desajuste afecta aspectos de nuestro metabolismo, detonando síntomas que afectan la presión arterial como la fatiga, estrés, irritabilidad y los procesos de atención.

Ahora bien, la luz azul en pantallas que emiten algunos dispositivos, como las de televisión, computadoras o los teléfonos inteligentes puede provocar la aparición de la Degeneración Macular Asociada a la Edad (DMAE), que suele aparecer a los sesenta años; incluso, algunos estudios asocian la contaminación lumínica con el cáncer, sobre todo el de mama, como lo indica un artículo publicado en el año 2008 en una revista de cronobiología titulada: “La ciencia de los efectos del tiempo en los seres vivos”.

La melatonina, o la hormona del sueño, no solo se encarga de regular los relojes biológicos del ser humano, también funciona como un antioxidante y una de sus funciones es combatir células cancerosas, por consiguiente la alteración impacta en la probabilidad de sufrir algún tipo de cáncer.

De hecho, un estudio de la Universidad de Connecticut comprobó en personas ciegas que la tasa de casos de cáncer se reduce a la mitad del promedio. Al vivir en la oscuridad y dormir más, las personas ciegas segregan niveles de melatonina elevados.

Por lo tanto, la contaminación lumínica provoca consecuencias fisiológicas y psicológicas en los seres humanos. Estamos conectados con el entorno y las alteraciones que este sufra.

 

@cm_ramoslinares