Juan Norberto Lerma

El cuento Allá en Michigan, de Ernest Hemingway, es un texto en el que desde los primeros párrafos se describe el juego sensual y erótico de las relaciones amorosas. Escrito con un lenguaje que fluye de forma natural y una aparente indiferencia, pareciera que los personajes centrales, Liz y Jim, salen de su anonimato para que el narrador pueda describir detalladamente los movimientos y conjugaciones de sus almas.

Allá en Michigan es un texto en el que predomina lo físico, y aunque no está narrado desde el punto de vista femenino, es la mujer la que muestra los vaivenes de su espíritu y su sexualidad, que aparecen ante la visión del hombre que la atrae y que terminan avasallándola.

Uno podría pensar que en la literatura las historias de amor o eróticas ya están superadas y que hay que pasar a otras cosas, pero la conjunción de un narrador y sus personajes en plena armonía demuestran que una historia de amor puede ser novedosa en varias épocas.

En el texto, el narrador nos muestra el enamoramiento, algo ya conocido, y que sin embargo en cada mujer debe tener sus particularidades, y que por eso siempre es original, un descubrimiento, una situación novedosa. El amor es algo tan natural como mirar llover y esperar mojarse, o que las gotas aplaquen una tolvanera o que desborden un río y arrastren una vaca, o que inunden ciudades o que lo que empezó como una lluvia cualquiera se convierta en un Diluvio.

A lo largo del cuento Allá en Michigan somos testigos del gusto femenino por lo varonil, aunque lo natural suene a cliché, y vemos cómo se puede llegar al enamoramiento más inocente y hasta bobo, desde lo físico, lo brutal e instintivo.

Liz es una mujer de campo, silvestre, pero con una sensibilidad refinada y eso le basta para experimentar sensaciones, primero sensuales, que la turban, y que posteriormente la llevan al deseo sexual.

La aparente indiferencia de Jim, el personaje masculino, y su dejar que las cosas ocurran si es que han de ocurrir, desconciertan a Liz, que se abandona a la posibilidad de que él la ame.

Aunque Jim es un témpano con sus emociones y no muestra interés por Liz, ella intuye que por dentro él lleva un torrente de energía dispuesta a desbordarse en el momento en que el hombre encuentre una justificación o los modos adecuados, y que todo lo dormido explotará y la inundará de pronto.

Ella, Liz, está dispuesta a todo con tal de estar cerca de Jim, incluso a soportar la indiferencia, que ella juzga simulación, o que adivina que es simulación.

En Allá en Michigan, Ernest Hemingway construye a dos personajes, un herrero que no parece herrero y que lo mismo podría ser un vaquero, un cowboy o un príncipe. Ella, Liz, es una mujer que sobresale en el pueblucho en el que se desarrolla la historia, es una mujer distinguida, es la más hermosa mujer que hubiera habitado el pueblo, según la descripción que el narrador pone en boca de la patrona.

Ninguno de los dos personajes es intrascendente, los dos son algo, esencia de algo, además de ser dos seres humanos, simbolizan, vestidos con andrajos, lo más representativo de los sexos masculino y femenino.

Liz y Jim son dos purezas, dos bestias, dos ángeles destinados a materializar, con rodeos, primero la unión física, y posteriormente a crear una clase de amor que trascienda los cuerpos. Ella lo sabe y por eso lo soporta todo, él también lo sabe, y está dispuesto a sacrificar su brutalidad masculina, pero no deja de utilizarla.

Cuando ocurre el acercamiento, Jim trata a Liz sin miramientos y la derriba sobre unas tablas, con el acuerdo tácito de ella. Casi sin pudor, la acaricia, la besa, y en ese contacto él también se rinde. Jim está borracho cuando se acerca a Liz, porque pareciera que es preciso estar obnubilado, fuera de este mundo, para hacerle frente a la pasión femenina.

En esta escena, los diálogos son contundentes, descriptivos, y reflejan el empuje masculino y la pasión culposa contra la que la mujer lucha y se abandona.

Jim es sacudido por una mezcla de emociones, que lo envalentonan y al mismo tiempo lo debilitan y lo llevan a ella, le nublan el entendimiento, exactamente como hace el amor con los seres humanos, y esa urgencia instintiva lo dota de una valentía temerosa, de una fuerza débil, una temeridad cauta, y los convierte en una mujer y un hombre plenos.

Jim terminará sofocado, con los sentidos extraviados, no sólo por la borrachera, lisa y llanamente, sino por lo femenino que se mantiene incólume, que se entrega y continúa destilando su esencia.

La mujer, Liz, le proporciona alivio a Jim, le da ternura, lo tapa, lo acuna, lo somete. El hombre duerme como bestia el sueño de la borrachera, el sueño del amor.

Jim descansa a los pies de ella como un ángel que se mareó por haberse elevado a unas alturas que nunca imaginó que pudieran existir y ella vela su sueño.

Entre la niebla, Liz lo contempla durante unos segundos, como para grabarse en la mente la imagen del hombre dormido sobre las tablas, abandonado e inerme a los pies de ella. Liz se marcha a su casa, a su cama, a su seguridad, y Jim permanece tendido sobre la madera, ajeno, envuelto en el abrigo con el que, como una telaraña, ella lo cubrió para protegerlo del frío, de la soledad que experimentan los amantes cuando se separan.

Ernest Hemingway es un escritor norteamericano que nació en 1899 y murió en 1961. En 1954 ganó el Premio Nobel.

Escribió una decena de novelas, entre ellas El Viejo y el mar y Por quién doblan las campanas.

También escribió decenas de cuentos, que actualmente se toman como modelos de buena literatura. Ernest Hemingway fue un escritor preciso, contundente, y con una gran capacidad para relatar en una cuantas líneas historias asombrosas.

Por: Juan Norberto Lerma

@Lermanorberto

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