El catolicismo y algunos de sus protagonistas, en la forma de transmitir valores.

XAVIER GUTIÉRREZ

Severo reto tiene la iglesia católica hoy en día. Igual que todas las religiones. Y es que muchos quisieran verlas como partidos políticos, cosa que no son.

Son, o pretenden ser una antorcha moral. Pero se enfrentan a una maquinaria poderosa, tangible, que con la bandera de la distopia todo lo invade.

Ese mundo opresivo y desolador tiene presencia en todas partes. En el individuo y las grandes organizaciones de todo signo. Y frente a ello, la postura abstracta de las religiones parece  tener una desventaja desde la salida.

El Papa Francisco captó a la perfección esta realidad y cada día, la taladraba con una retórica sencilla, directa, llena de metáforas y tono acentuadamente humano.

Ese personaje, con una sensibilidad singular, modulaba las palabras en su muy latinoamericano español, que resultaban  perfectamente bien recibidas aún por  quienes no tenían comunión con su credo, por el hombre común de la calle, ese que transita con su cargamento de penas por el mundo.

Recién escuché una largo mensaje del nuevo Papa León XIV. Una reflexión profunda, ciertamente. Me pareció extraño que era la voz de un locutor de cuidada dicción, con la imagen del pontífice  como fondo en diversas actividades.

De entrada, esto marcaba una diferencia de fondo y forma con los mensajes de su antecesor.

Me dio la impresión que ese documento no tendría la misma conexión que las comunicaciones de Francisco.

Me hizo recordar homilías que he escuchado en diversas ocasiones, en voz de sacerdotes en el marco de ceremonias matrimoniales o luctuosas. Creo que si la herramienta de las religiones es la palabra, debieran cuidarla en extremo para lograr su fin primario: llamar la atención, despertar el sentido del escucha y mover a la acción.

No resulto calificado juez para opinar del estilo generalizado de los sermones sacerdotales. Pero quizá he tenido la mala suerte de oír reflexiones sumamente pobres, improvisadas, desligadas en absoluto de la cotidianidad y ancladas en terrenos siderales o imaginativos que, para empezar, el grueso de los concurrentes no entiende y menos asimila. Mucho menos  comparte. Lo digo porque lo he escuchado al provocar un sencillo sondeo al cabo de la ceremonia.

Testimonié dos casos llegados al extremo: un sacerdote que, con evidentes efectos de tener cierta condición etílica, profirió palabras altisonantes en  plena misa en el templo de La Medalla Milagrosa. Y no una vez, varias a lo largo de su sermón.

El otro: un oficiante que se puso a leer en su computadora un mensaje por alguien redactado dirigido a una pareja que se casaba en ese instante.

 Pensé que un momento tan excepcional en la vida de unos jóvenes, por sí sólo despierta el deseo de dirigirles palabras de aliento, tomadas de la lectura ritual de ese día, o derivadas de las diversas metáforas que tiene el catolicismo, o inspiradas en la vida misma.

En tal ocasión, uno espera un verbo sencillo, elocuente, que resulte inspirador, motivador, alegre para la pareja que ahí sella su vida en común con la vista puesta en el futuro.

El momento,  -cualquier momento en el ritual católico-  es excelente para armar un conjunto de ideas y ofrecerlas para el estímulo de la concurrencia y en particular de los protagonistas o más cercanos del caso, se trate de una boda o un acto mortuorio.

El texto tomado de  una tablet más pareció un ejercicio de lectura de sexto grado que el punto culminante del acto festivo convocado.

Entiendo que el papel primero y fundamental  de una sacerdote, como de un maestro, como de un político en el mejor sentido del término, es sembrar buen ánimo, esperanza donde hay desaliento, incentivos frente al decaimiento, u optimismo ante la oscuridad o el reto.

Uno de los signos dominantes del mundo hoy en día es el egoísmo,  y su hermano gemelo, el consumismo. Ambas características del ser humano están ahí, en todo y todo el tiempo. Ahí tiene la religión católica un reto formidable.

Y el segundo, empezar por la casa. No es infrecuente aquí, ver sacerdotes por la calle o en el atrio mismo de las parroquias, manejar ostentosos y caros automóviles, realizar inversiones productivas, viajes y diversiones y otros variados gustos  que riñen y se confrontan con la naturaleza cristiana.

. De igual modo, mujeres de ordenes religiosas moverse por los supermercados o en las plazas comerciales a bordo de carísimas camionetas frente a la mirada de los menesterosos.

Sí, el verbo es de suma importancia, y los hechos van junto.

xgt49@yahoo.com.mx

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