24 Horas Puebla

No es la primera vez que Antonio Gali Fayad se acerca a la autollamada Cuarta Transformación.

El exgobernador, por cierto, dejó de ser morenovallista desde antes que rindiera protesta Martha Erika Alonso como gobernadora. Es más, su relación con el grupo de Rafael Moreno Valle y con la élite panista nunca fue buena. Moreno Valle sí lo quiso un muy buen tiempo, pero al final rompieron.

Alguna vez trascendió que hasta los golpes estuvieron a punto de llegar, unos dicen que en Casa Puebla, otros relatan que en el restaurante El desafuero.

No lo quería Eukid Castañón, lo toleraba y apoyaba por su jefe; Jorge Aguilar Chedraui lo intentó bloquear para ser el minigobernador; Pablo Rodríguez Regordosa lo fue a acusar con Moreno Valle porque tenía buena relación con periodistas como Enrique Núñez y Alejandro Mondragón, además de otros temas que nunca comprobó.

No hay que olvidar que en el festejo del triunfo de Martha Erika Alonso que se celebró por la noche en Bodegas del Molino —no fue comida como dice Francisco Fraile— a Gali lo trataron como apestado.

Nadie se le acercaba.

El día de la toma de protesta en el Auditorio de La Reforma, Gali entró sin su familia. Estuvo durante la ceremonia y se fue sin quedarse a las salutaciones. Le aplicaron la “ley del hielo”. No era un trato ni siquiera frío, era peor, era el inadaptado de la familia.

Cuando llegó Guillermo Pacheco Pulido como gobernador interino, Antonio Gali apoyó económicamente a Gerardo Islas para que creara, con el senador Pedro Haces Barba, el partido Fuerza por México.

Dicen, no nos consta, aportó la friolera de 30 millones de pesos para echar a andar esa estructura. Al principio ese partido estaba del bando de Alejandro Armenta, pero una vez que perdió el registro y lo recuperó ya no trae la misma liga con el senador poblano. Quiere meterse ahí Pepe Chedraui, pero habrá que esperar un poco, habrá que ver qué movimientos se avecinan.

Durante las negociaciones para imponer a Pacheco Pulido como sucesor de Alonso, Gali mantuvo comunicación directa con la secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero. Él fue el puente de comunicación entre el gobierno federal —recién llegado— el PAN estatal y lo que quedó del morenovallismo.

Posteriormente, ya cuando había ganado Miguel Barbosa la gubernatura, a Gali le tocó convivir con López Obrador y con su esposa Beatriz Gutiérrez, porque ambos fueron padrinos y testigos del matrimonio de Dulce Silva con César Yáñez. A la fecha, se sabe que Gali mantiene buena comunicación con Silva, quien apoya a Sheinbaum y a Armenta, en el tema Puebla.

Cuando el gobierno anterior persiguió a la familia Gali por presuntos actos de corrupción, que nunca se demostraron, Gali entendió el mensaje y se llevó a toda su familia a Woodlands, Texas y dejó, incluso, de usar su cuenta de Twitter para no generar más aspavientos. Hizo lo que se conoce como mantener un “bajo perfil”. Entendió que ya no tenía que bailar y se fue a sentar a su silla a descansar.

Mantuvo comunicación con Fernando Manzanilla, su amigo de toda la vida, pues, aunque Moreno Valle ya no quería a su entonces cuñado, Gali siempre mantuvo comunicación con el exsecretario general de Gobierno. Se supo desde febrero su regreso a Puebla, pero más tarde algo pasó que también trascendió pero que no movería las aguas contra el actual gobernador Sergio Salomón Céspedes. Mandó un mensaje de no meterse a las grillas palaciegas.

Su relación con Ignacio Mier nunca fue mala. Se conocen desde el bartlismo. Nunca se pelearon, nunca se odiaron y el puente de Manzanilla, entre ambos, ayudó a mantener unida esa relación que hoy por hoy ya es evidente.

Aunque Tony Gali Jr., vino a Puebla para operar la imagen de Manuel Velasco Coello, la realidad es que es la avanzada para sumar apoyos al morenacho. Los Gali nunca fueron panistas. Los Gali fueron en un inicio morenovallistas, pero las circunstancias los llevaron a romper con ese grupo que se convirtió en cadenero de su jefe.

La rueda giró.

Por eso no es bueno cantar victorias tan anticipadas de nadie (subrayen de nadie), porque como diría el gran Fernando Marcos: un minuto tiene sesenta segundos y en Puebla, quién sabe qué pasa, pero nada es estático.

La rueda se mueve todo el tiempo.