La historia que leerá el hipócrita lector bien podría ser escrita por Borges.
Y es que el Mattias Rust del que tanto se ha venido hablando no es sino un homónimo del célebre ex piloto.

Apelo a la sensibilidad del lector para que descubra al verdadero Rust en la historia que leerá:

Como en 1987, cuando tenía 19 años de edad, Mattias Rust ha vuelto a aterrizar –evadiendo a las fuerzas áreas soviéticas– en la Plaza Roja de Moscú: muy cerca del Kremlin y de los comisarios stalinistas más rudos.

Hace 29 años alquiló una avioneta Cessna 172B y salió del aeropuerto de Helsinski-Malmi rumbo a Estocolmo.

Bueno, eso les dijo a los encargados finlandeses del tráfico aéreo.

En realidad se dirigía al Moscú de Gorbachov, quien, tras la violación del espacio aéreo de la URSS, cesó fulminantemente al ministro de Defensa y a dos mil oficiales que se oponían a las reformas que culminaron con la desaparición del fiero régimen soviético.

Su vida no fue fácil: un año realizó trabajos forzados en la prisión de Lefortovo y 15 meses pernoctó en una prisión alemana.

Después hizo de todo: viajó a Rusia, vendió zapatos en Moscú, se casó en Trinidad, vivió en Berlín, se divorció, volvió a casarse, trabajó en empresas financieras, fue fichado por Audi y llegó a Puebla en 2014 en calidad de vicepresidente de Recursos Humanos en la planta de San José Chiapa.

Fue el periodista Alejandro Mondragón quien informó en su columna Al Portador que el legendario Rust había sido encarcelado debido a un “enorme fraude”.

Según Mondragón, nuestro personaje cobró indebidamente millonarias cuotas sindicales que habían sido condonadas por la CTM-Puebla, a cargo del inefable diputado priista Leobardo Soto.

El director de Status también fue el primero en revelar que Mattias Rust había sido desplazado del directorio de la empresa alemana.

Dedicó varias líneas de su muy leída columna para evidenciar el extraño silencio de los ejecutivos de la armadora alemana.

Días más tarde, trascendió que en lugar de Rust había llegado Cornelia Káiser.

La firma siguió sin decir nada acerca de las razones que motivaron la salida de Rust.

Hoy se sabe –gracias a una muy influyente fuente de Audi– que el ex piloto ha vuelto a repetir la hazaña de 1987.

Y es que no sólo no está en prisión alguna, sino que tampoco hay procesos judiciales iniciados en su contra por malos manejos financieros.

Tanto Rust como otros miembros de su equipo directivo de primer nivel fueron objeto de un despido injustificado por una situación política interna, pues impidieron la realización de acciones indebidas a otros altos ejecutivos.

Leobardo Soto no debería colgarse medallas que no le corresponden, una vez que esta trama no tiene que ver con ningún tema de construcción ni de adeudos ni de mal uso de cuotas sindicales.

Y es que el área de Recursos Humanos no está vinculada a esos temas.

Sería mejor que el diputado aclarara qué ha hecho con los más de 800 millones de pesos que ha recibido por prestar sus servicios en calidad de una dualidad esquizofrénica que lo habita de un tiempo a esta parte: como líder sindical y como empresario.

Todo junto a la vez.

De entrada, sus agremiados ignoran el manejo de esas cuentas y están muy lejos de disfrutar los beneficios económicos generados.

Eso sí: Carlos Aceves del Olmo, líder nacional de la CTM, parece estar muy tranquilo y contento con las operaciones del dirigente poblano.

Dos alternativas tiene esta historia:

Los directivos de Audi tendrían que explicar los motivos por los que salieron Mattias Rust y toda el área de Recursos Humanos, en tanto que Leobardo Soto debería rendir informes detallados de su doble actividad empresarial y sindical.

En efecto: líder de día, empresario de noche.

Mattias Rust, pues, no está en ninguna cárcel alemana: vive en Puebla esperando que las cosas se transparenten en aras de limpiar su nombre.

Es, otra vez, el muchacho de 19 años que salió de Helsinki y aterrizó en una avioneta Cessna en la Plaza Roja de Moscú.

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