La plaza de toros se despide tras 28 años de faenas y suertes; el Soro, Joselito, Pablo Hermoso y el Zotoluco engalanaron sus carteles
Por Luis Conde
Primero el silencio, después los aplausos. Al igual que hace 28 años, el sábado la Plaza de Toros de Puebla lució sus butacas llenas y su arena mojada. En noviembre de 1988 aquí comenzó la historia de la fiesta brava de Puebla, pero hoy termina.
La corrida del 30 de abril, la penúltima antes del punto y aparte del toreo en Puebla, estuvo engalanada con la figura de Pablo Hermoso de Mendoza; su presencia anunciada con trompetas y el redoble de los tambores reafirmó su actuación estelar en el recinto que ha sido la casa de las leyendas del arte taurino.
Después de 28 años de formar parte de La Feria de Puebla, el corazón de la fiesta brava en el estado cerrará sus puertas a las tardes de ¡olé!
Jaime Oaxaca, cronista y narrador taurino, aún recuerda cómo fue la primera corrida que marcó el inicio de lo que llama “una parte importante de la historia de Puebla”.
El 19 de noviembre de 1988, después de 15 años de tener plazas de toros móviles en diferentes zonas de la ciudad, Puebla logró por primera vez una plaza de toros propia: El Relicario
El cartel inaugural, recuerda Jaime Oaxaca, fue inigualable. David Silveti, Jorge Gutiérrez y Vicente Ruiz El Soro llenaron los anuncios de la primera corrida de El Relicario.
Aquella tarde El Soro dio una actuación que, asegura, hasta la fecha nadie ha igualado: Vicente Ruiz dio dos giros antes de encarar al toro, lo enfrentó y clavó dos banderillas.
La plaza se inundó de silencio y después se desbordó en aplausos.
Al día siguiente, José Miguel Arrollo, inmortalizado como Joselito, debutó en esta plaza y se estrenó en el arte de sortear la muerte; entregó su alma a la fiesta brava poblana.
Joselito llegó a quitar muchos moños. El experimentado cronista recuerda cada uno de sus movimientos: “No era un torero, era un torerazo”.
Y es que algo es seguro para el experimentado de los micrófonos taurinos: “cuando la gente viene a La Feria, viene a los toros. Los toros son esencia del Pueblo mexicano”.
Una fábrica de leyendas
Aunque con el paso de los años El Relicario ha sido también la casa de estrellas de la lucha libre y del mundo del espectáculo, como el cantante Luis Miguel, parece ser que la plaza al costado del cerro de Loreto está bendecida por los mismos ángeles que trazaron a Puebla; quienes la pisan se convierten en leyenda.
Esa fue la suerte que corrió Alberto Ortega, taurino nacido en Apizaco en el vecino estado de Tlaxcala, a quien los seres celestiales le dieron el don para convertirse en el primer ídolo de El Relicario.
Ortega, de cuerpo pequeño y con una cicatriz en el cuello, símbolo de una batalla taurina en 1882, se vistió de gloria al cortar el primer rabo en el corazón bravío de Puebla. Ese 13 de mayo de 1989 su nombre se hizo imborrable en la plaza de toros. .
Cuerpo pequeño y carisma grande. La cercanía de Alberto Ortega con su público lo hizo ser querido y apoyado. La suma de su talento y valentía en cada corrida lo llevaron a la inmortalidad en la historia poblana.
Pero Ortega no fue el único que se catapultó a la gloria desde esa arena.
José Rubén Arroyo, a decir de Jaime Oaxaca, ha sido el torero con más arte que ha pisado El Relicario. La leyenda de Arroyo nació en Puebla, tierra que lo convirtió en matador en el 2000.
Sus hazañas no se recuerdan no porque no las haya tenido, sino porque lo que hacía era superior.
“Hacía arte”, lo recuerda la voz de Oaxaca que narra el momento, simulando a los micrófonos de aquellos tiempos: “dos Verónicas (toreo con el capote) al toro. El arte de José Rubén ahí estaba...un remate con rodilla en tierra. Han pasado veintitantos años. Cierro los ojos y todavía lo veo. Los detalles de José Rubén Arroyo no hacían las grandes crónicas, pero sus detalles son inolvidables”.
El sábado, Pablo Hermoso de Mendoza reafirmó que su nombre pasará a formar parte de la lista de leyendas que le han dado vida a El Relicario poblano. Hermoso y sus caballos finos, como le dicen los amantes de la fiesta brava, pasará a la historia como una de las grandes figuras que despidieron el recinto; primero con el silencio. Después con una lluvia de aplausos.