Dos de los últimos tres presidentes de la República han pasado de ser gobernadores a alzarse con la candidatura de su partido a Los Pinos.

Hasta 1994, la ruta para llegar a la Presidencia era la del gabinete federal.

Entre 1958 y 1994, siete hombres llegaron de manera consecutiva a Los Pinos sin necesidad de haber pisado antes un Palacio de Gobierno estatal.

En el último de esos sexenios –el de Ernesto Zedillo–, el PRI decidió poner límites al poder exclusivo que el Presidente de la República tenía para elegir al candidato a sucederlo.

Y, así, empoderó a los gobernadores, que llevaban varias décadas convertidos en personajes de segunda fila. A diferencia de los años inmediatos posteriores a la Revolución, llegar a ser gobernador era un premio de consolación o antesala del retiro.

En cuanto fue claro que el presidente Zedillo no podría imponer a su favorito como candidato del PRI –por los candados que el partido impuso en su XVII Asamblea Nacional, en 1996–, los gobernadores comenzaron a salivar con las nuevas posibilidades que se les abrían: tenían Los Pinos a la vista.

Y así saltaron a la arena el poblano Manuel Bartlett y el tabasqueño Roberto Madrazo, quienes llegaron al extremo de retar el poder de Zedillo.

Sin embargo, el PRI no sabía para quién estaba trabajando, pues entre los gobernadores que se anotaron para “la grande” no sólo había priistas.

Los mandatarios de Guanajuato, Vicente Fox, y del Distrito Federal, Cuauhtémoc Cárdenas, estaban bien puestos para la contienda.

Para finales del verano de 1999 –mucho antes de que el PRI resolviera su candidatura–, Fox y Cárdenas ya eran aspirantes presidenciales.

Cárdenas, quien competiría por tercera vez para llegar a Los Pinos, era, además, el primero que buscaba el cargo luego de haber sido gobernador de dos entidades distintas: Michoacán y el DF.

Por su parte, el PRI recuperó un viejo método para elegir a su aspirante presidencial –una elección interna– que dio como ganador a otro exmandatario estatal: el sinaloense Francisco Labastida.

Sin embargo, a diferencia de Bartlett y Madrazo, que querían brincar de la gubernatura a la candidatura, Labastida se había ido por la vía del gabinete, donde ocupó las carteras de Agricultura y Gobernación en el sexenio de Zedillo.

Así que, en 2000, los tres principales aspirantes a la Presidencia tenían experiencia como gobernadores.

La siguiente elección, dos de los tres principales candidatos habían sido gobernadores –Andrés Manuel López Obrador y Roberto Madrazo–, pero la Presidencia se la llevó Felipe Calderón, quien había sido secretario de Energía de Vicente Fox.

Pero los gobernadores volverían por sus fueros: una coalición de mandatarios estatales llevó a la candidatura del PRI y a la Presidencia a uno de sus pares: Enrique Peña Nieto, quien se impuso a López Obrador (exjefe de Gobierno del DF) y a Josefina Vázquez Mota (dos veces secretaria de Estado).

 

¿Qué pasará en 2018?

Hay seis gobernadores y dos exgobernadores puestos y dispuestos para ser candidatos, ya sea por su respectivo partido o por la vía independiente: Eruviel Ávila, Miguel Ángel Mancera, Rafael Moreno Valle, Jaime Rodríguez Calderón, Silvano Aureoles, Graco Ramírez, Miguel Ángel Osorio Chong y Andrés Manuel López Obrador.

Sin embargo, también hay personajes del gabinete y dirigentes partidistas como Ricardo Anaya, Aurelio Nuño y José Antonio Meade. Además, está la exlegisladora y exprimera dama Margarita Zavala.

En 2018 veremos una elección presidencial con al menos un candidato con experiencia de gobernador, pues nadie duda que López Obrador (también dirigente partidista) estará en la boleta. Pero lo podrían acompañar otros más. Tal vez sean dos, tres y, en una de esas, hasta cuatro exgobernadores.

Ya sabremos dónde reside la reserva de poder: en las gubernaturas, el gabinete o los partidos.

 

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